domingo, 22 de noviembre de 2015

La sombra del Roble Germánico

“(...) ¡Pero pobre vampiro! ¡Es que yo soy un vampiro de cuarta!  (...) ¡Darme sangre! ¡Como hematófago! Es curioso que la sangre, una vez más, sea esa piedra de toque que me persigue a través de mi historia… artística, cinematográfica. Pudo haber sido otra enfermedad, pero fue una ligada con la hematofagia”.
-Germán Horacio Robles, tras haber bailado con la muerte en 2008

Me pone triste escribir este tipo de entradas, y en realidad quisiera escribir algo distinto, pero me deprimiría más no poder honrar a un grande a tiempo y sería un insulto por mi parte no hacerlo. Lamento si resulta corta esta semblanza, pero esta es de esas partidas, de ésas pérdidas, que nos dejan sin palabras.

El día de ayer, el actor Germán Robles cruzó el Umbral en camino al Mictlán. El Vampiro Mexicano finalmente alcanzó la inmortalidad.

Actor de teatro durante 18 años, de cine durante 50, de televisión hasta que le dio el cuerpo y la paciencia. La severa voz de múltiples personajes del cine; villano carismático, galán del cine bicromático.

Vio la luz del fuego ariano un 20 de marzo de 1929, en Asturias. Nieto del escritor español Pachín de Melás, llevaba la poesía en las venas. Llegó a Tierra Azteca de la mano de su madre a los 17, y una vez aquí nada lo detuvo.

90 películas, 630 melodramas, 31 doblajes entre cine y televisión, incontables personajes de teatro. Con un talento especial para los personajes oscuros, góticos y románticos, su sombra se cierne sobre el Cine de Oro como la de Béla Lugosi lo hiciera mucho antes que él; la sombra de un vampiro carismático, elegante, perverso y venerable, tanto que hasta la fecha le valió homenajes dignos del mismísimo Vlad Tepés.

Su actuación teatral fue una bendición, un bautizo en fuego para múltiples obras, las más destacadas que se han presentado en la historia histriónica de este país. Una de ellas se convirtió en la obra más longeva, con casi 20 años de funciones.

Su voz es la voz del Hombre de Piedra de Ende, la voz de un crítico avasallador y casi tan vampírico como él, la voz del Más Místico Mago en Rusia.

Ayer, esa voz finalmente dio paso a un silencio que será imposible de llenar.

La Dama de Negro se enluta hoy en su honor. La corte del Conde Drácula guarda un minuto de silencio en su memoria. Las luces de la tramoya se apagan y cae el telón.

El hombre se convirtió en actor, el actor en leyenda. El Roble ha extendido sus ramas al infinito.


"No cualquiera puede ser un gran artista, pero los grandes artistas pueden salir de cualquier parte"
-Anton Ego, Ratatouille

Referencias:
-Germán Robles, el inolvidable vampiro del cine mexicano (Milenio)
-Germán Robles libra la muerte gracias a la sangre de sus alumnos (La Jornada)

domingo, 1 de noviembre de 2015

El Trajín del Mictlán (Final)

No me retrasé, sino que adelanté la publicación. El Trajín estaba calculado para terminar el día de hoy, pero publiqué con demasiada anticipación los tres capítulos anteriores. Claro que da igual, este blog está tan muerto como Ramón y Julio.

Luego del momento de amargura (lo siento mucho, hoy no me encuentro emocionalmente bien -y es todo culpa de un vivo) les entrego el final de esta corta historia, que espero les haya gustado. También para desear un Feliz Samhain tardío, y un Feliz Día de Muertos apenas adelantado.


Parte final: Rosita

La más pequeña de las Rosas mira fijamente el altar. No tiene idea, a sus 13 años, de lo que significa nada de lo que hay puesto en la repisa donde por lo regular van los santitos de la abuela. Lo único que sabe es que la foto de hasta arriba es del abuelo Julio, que hay comida puesta para nadie y que todos los años ponen esa comida para nadie con la fotografía del abuelo que no conoció en ese mueble. Y que necesita las flores de cempasúchitl del florero.
En la imagen: Erick DeLuna, La Catrina

Le toma una foto al altar, la publica en Facebook y la llena de hashtags. Sin preguntar a nadie se lleva todas las flores, se da la vuelta y regresa a su cuarto a encasquetarse el disfraz de Halloween para la fiesta de la escuela: una Catrina, cuyo origen también ignora. Simplemente vio la foto en una revista y se la enseñó al dependiente de la tienda de disfraces. "Quiero esto", había exigido.

El grito de rabia de la abuela la hace arrojar las flores robadas al bote de papeles junto al tocador de su cuarto, y esconderlo en el ropero lo antes posible.

"¡Rosa! ¿Qué chingados pasó con las flores del altar?" escucha gritar a su madre, quien sabe perfectamente qué pasó con ellas, pero espera una confesión de todos modos.
"Tu papá no tarda" escucha a su abuela decir alarmada.
"Voy por otras al mercado…"

Las escucha discutir y apagarse las voces. Luego la puerta. Rosita aprovecha la ausencia para sacar las flores escondidas, arrancarles los tallos y clavarlas en la trenza que momentos antes le tejiera su mamá. Mientras, se enfoca en pensar cómo saldrá de la casa sin que la vean.

Disfrazada y maquillada, baja las escaleras con el mayor sigilo. Entonces se da cuenta que no está sola. En el pasillo, devorando las enchiladas puestas en el altar, hay un perfecto desconocido. Tiene el lacio pelo negro cayendo sobre unos lentes gruesos, va de camisa y pantalón de vestir. Nunca en su vida había visto a ese sujeto, pero el la ve y deja el plato con las enchiladas a medio comer en el altar.

"Hola, tú debes ser Rosa" le dice.
"¿Quién eres? ¿porqué te comes eso?"
"¿Porqué te robaste las flores?" le responde. "Ni siquiera sabes lo que significan, ¿cierto? O tu mismo disfraz"
Rosita se mira en el espejo del altar. Sí, su disfraz está genial, pero él tiene razón: no sabe qué trae puesto ni la carga histórica que tiene.
"¿Quién eres?" le vuelve a preguntar al extraño.
"Me llamo Ramón" le contesta. "Tu abuelito venía para acá, pero…"
"Mi abuelo está muerto".
"Ya lo sé" le dice Ramón. "También yo y aquí estamos, ¿no?"

Rosita se siente al borde del desmayo. De seguro son esas estúpidas flores las que la están haciendo alucinar. Se las arranca de la cabeza y las arroja de vuelta al altar, tirando la fotografía del abuelo Julio, y esperando que el desconocido desaparezca. Pero sigue ahí.

"¿Ya acabaste tu berrinche?"
"¿Porqué no te has ido?"
"Julio me invitó a venir. De hecho me pidió que me adelantara, que él iba por alguien al DF".
"¿No tienes tu propio altar en algún lado?"
"Neh" dice Ramón. "Mi familia era como tú. No sabían nada de sus propias tradiciones, así que nunca pensaron en un altar de muertos. Pero bueno, eso ya no me toca. Y no me voy a quedar, así que quita esa cara de espanto que ya no me veo tan mal como cuando me morí".
"¿Cómo moriste?"
"Me balearon en el 68" dice, señalando su nariz. "Directo a la cara. Pum, sesos por doquier. Pero eso no es nada, a Julio lo aplastó un edificio completo en el 85; vieras cómo llegó hasta con las varillas clavadas y las tripas de fuera… ugh".

Rosita mira la hora con angustia. Su madre y su abuela no tardan; y en cuanto vean el desastre que ha causado seguro que pegan el grito. Por no mencionar que ahora tiene la imagen mental de su abuelo atravesado por varillas de construcción. Horrorizada, recoge todo lo que tiró con las flores; las manos le tiemblan a más no poder, pero tampoco puede dejar que vean la escena del crimen.

Una mano se posa en la suya; una mano fría como el hielo. Rosita se gira, lista para reclamarle a Ramón por metiche y se topa de frente, por fin, con el abuelo Julio. Gracias a Dios, se ve tan bien como en la fotografía del altar.

"Ay, hija… otra cosa le hubieras sacado a tu abuela" le dice, haciéndole un cariño que Rosita siente como un témpano. "Igualitas de histéricas"
"Ah, no, eso fue culpa mía" aclara Ramón. "Por cierto, tenías razón con lo de las enchiladas; sólo me saben raro con el pan de muerto"
"Sí, ya vi" replica Julio, mirando con reproche el plato medio comido y las migajas de pan y azúcar.

Rosita no se atreve a decir nada y termina de limpiar. Se da cuenta que en la puerta hay un hombre con ropa de cárcel muy vieja, con una cara de demacrado que aterra. Pero a ella ya no le hace efecto ver a ese tercer fantasma.

"Otro…" dice ya fastidiada.
"¿Qué? ¿Jacinto?" pregunta Julio, zampándose lo que quedó de las enchiladas. "No te apures, hija, solo está de paso".
"No me dirás que es el esposo de Amelia… "
"¿Qué tiene?" indaga Julio. "¿A poco tú estarías muy feliz de estar esperando como baboso, ahí clavado en el Umbral?"
"¿Que Amelia está dónde?" chilla escandalizado Jacinto.

Se escucha la llave en la puerta. Hecha un manojo de nervios, Rosita se esconde en su cuarto, dejando a los fantasmas. No los escucha irse, pero sí escucha a sus familiares vivas entrar en plena discusión. Cuando las escucha entrar a la cocina sale de su escondite.

El altar está tal como lo dejó, excepto que las enchiladas siguen ahí. Y el pan. Completos.Preguntándose si realmente acaba de vivir una experiencia fantasmal, Rosita recuerda un viejo mito de la abuela y en pos de comprobar si todo es cierto, prueba una embarradita de las enchiladas.

La abuela decía la verdad. Ahora esa comida puesta para nadie ya no sabe a nada. 

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lunes, 19 de octubre de 2015

El Trajín del Mictlán (Parte 3)

Una vez más, aunque con un atraso de tres días, llega otra parte de esta historia, ya próxima a su fin.

Parte 3: Amelia

Amelia casi no se acuerda de sí misma. No se acuerda de su nombre ni de qué demonios es lo que la tiene anclada al Umbral, sin conseguir cruzar. A veces logra dilucidar retazos de pasado, pero ninguno lo suficientemente claro para recordar cómo llegó ahí.

Si se pudiera ver, seguro sentiría el mayor de los horrores: su cara ya no tiene ni nariz ni boca, ambas reemplazadas por una especie de arruga extraña que se curva hacia arriba. La piel se le puso gris como las piedras y sus ojos no son más que unos terroríficos y luminosos platos blancos. Su pelo es blanco y pajizo, tan liviano que flota a la menor provocación.

Tampoco se puede mover. Está estática. Ve como algunos monstruos como ella vienen y van al otro lado, van solos y regresan con personas parecidas a lo que queda de ellos: sus familiares pues. Pero ella no puede. Literalmente está enraizada al suelo: los dedos de sus pies ahora son raíces grisáceas clavadas en la tierra. Alguna vez las quiso sacar, y no consiguió nada.

Una de las pocas cosas que logra recordar es al marido que olvidó en el Palacio Negro cuando este aún era cárcel. De modo que Amelia hace lo posible por aferrarse a ese recuerdo. Siente algo cálido en el pecho, seguido de un terrible dolor y una angustia tan espeluznante como su aspecto actual, pero siente.

Sin embargo su marido nunca cruzó el Umbral. Sabe que los días y los años han pasado, ha visto a sus propios familiares cruzar; ha visto incluso al hombre por el que lo dejó… aunque ahora ya no lo recuerda. Ni a sus familiares.

En algún momento logró escuchar que Jacinto todavía ronda por los pasillos de Lecumberri, preguntando desconsolado "si vino Amelia" a la visita conyugal de los viernes, con la que nunca le cumplió. Hoy es ese día en que todos los que han cruzado van de regreso para una visita rápida. Ella daría cualquier cosa por poder cruzar para allá, y poder traerlo consigo para que los dos puedan estar en paz del otro lado del Umbral.

La boca le desapareció hace como sesenta años, pero antes de eso y de perder la memoria se hizo de algún "recadero" al cual pedirle que buscara a su marido. Ahora que no puede hablar, si pasa alguno de los conocidos a los que pide información solo les puede dirigir una mirada vacía. Ya tampoco puede mover los brazos para llamar su atención. Por fin pasa por el Umbral uno de ellos, uno de los que recuerda.

"No, Amelia, no sé nada", le dice fastidiado. "Es más, ya ni siquiera paso por ahí, mi gente se fue de la ciudad".
"No, Amelia, ya no tengo a qué cruzar", dice otro.
"No, Amelia, ya no quiero volver ahí"
"No, Amelia, no lo he visto".
"No, Amelia"
"No".

Y con cada no, ella va perdiendo más y más la esperanza. Ese día, pasa una mujer por el Umbral. Una mujer altiva de buena familia. Su mirada soberbia despierta una emoción extraña y desagradable en el hueco pecho de Amelia, fallido esbozo de un recuerdo cruel y culpable.

Julio pasa cerca de ella. Le aterroriza, pero muy en el fondo siente lástima por esos dedos grises enterrados en el suelo. Esa desconocida es la única que le recuerda que Los Que Se Quedan (como les llaman todos los demás) en algún momento fueron humanos. No sabe porqué, pero es la única que le despierta sentimientos distintos al horror.

"¿A ella que le pasó?" se le ocurre preguntar por fin a sus compañeros, pero tanto Manuel como Rockdrigo se encogen de hombros.
"¿Ramón tampoco sabe?" pregunta el periodista.
"¿Es una mujer?" pregunta el rupestre. Por fin, un hombre de edad, uniformado de gris, le explica quién es ella.
"Era la esposa del Venado", dice pausadamente. "Ella y el amante le robaron a una señora rica y la destrozaron a martillazos. Y el esposo se echó los cargos al cuello para salvarla".
"¿Y que hace ahí?"
"Pagar. Pero siempre manda a buscar al marido. Claro que nadie le hace caso, y se lo tiene merecido. Lástima por El Venado, se quedó esperándola en Lecumbérri".

El viejo se va, y sus amigos adelantan, pero Julio se detiene. Se acerca vacilante a la desconocida, que le dirige una mirada vacía.

Se miran sin decir nada, hasta que Ramón aparece junto a un muchacho que usa un guante blanco y le hace una seña para que avance.


Amelia lo sigue con la mirada hasta que desaparece tras la bruma del Umbral…

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sábado, 10 de octubre de 2015

El Trajín del Mictlán (Parte 2)

Aquí la parte 2 del Trajín, la próxima semana tendremos la esperada parte 3.


Parte 2: Ramón

"Ah, no. Yo con multitudes no quiero nada", protesta Ramón, apartándose de los compañeros del edificio caído. "Te alcanzo después, Julio".

Los flashazos de un rojo amanecer atormentan a Ramón mientras se aleja de Julio y sus viejos vecinos. Conforme avanza, alcanza a ver otras caras conocidas. Se encuentra muy pronto con algunos de sus alumnos.

"Que carita, profe…" le oye decir a alguno. Otro pregunta:
"¿Este año si viene?"
"Estoy aquí, ¿no?" contesta riendo. Pero por dentro sabe que son mentiras.

Mentiroso hasta la muerte. Ramón no tenía familia. Deliberadamente lo habían olvidado cuando lo vieron entre los marchantes del Zócalo.

Su papá había sido político. A su mamá ni la conoció, se peló con un francés después de que Ramón nació, de modo que fue criado en Chapultepec por muchas nanas y una madrastra apenas mayor que él. A veces le daba por buscar a la desconocida progenitora entre los que llegaban por el Umbral.

Cuando se decidió por la docencia, tuvo un apoyo muy superficial. A su padre le hubiera gustado más verle entre los curules, pero tampoco le puso muchos peros. Le dio dinero, le compró los libros y le dejó el coche. Y que hiciera su real gana.

Ramón fue un estudiante destacado, y casi al salir de la fiesta de graduación entró a trabajar. Nunca se sintió muy cómodo en las flamantes escuelas privadas donde el apellido le abría las puertas, ese apellido que, una vez tras el umbral, se le olvidó por completo como a todos -lo que fue como quitarse de encima una cobija empapada. Buscó plaza en escuelas públicas, la consiguió en una vocacional del Poli; llegó a cubrir turnos nocturnos. Amaba lo que hacía y sus alumnos lo adoraban.

Los mismos alumnos que ahora lo seguían como patitos en el camino de regreso. Ramón se siente culpable al verlos y mirar su perenne juventud, congelada en la eternidad. Son la única familia que posee y todos están ahí. Algunos de ellos no cruzaron a su lado, llegaron antes o después, víctimas de los alucinógenos con los que la época se aliviaba las heridas de Vietnam, del Halconazo, de las revueltas, de los regímenes que poco a poco fueron cayendo.

Pero siempre, al pasar el Umbral, lo primero que hacen es preguntar por el profe Ramón.

Sólo uno de los muchachos no lo busca nunca. Pero todos los años Ramón lo ve desde lejos, en el Umbral.

Sus demás alumnos lo detestan. No se supone que sea así de ese lado del Umbral, pero no lo soportan. Ese muchacho está marcado por la tragedia de la peor manera posible: lleva en la mano derecha un guante blanco.

Por primera vez, decide hablarle. Todos protestan con rabia cuando Ramón se dirige al paria. Le gritan palabras horrendas, pero Ramón los hace callar. Les indica que sigan adelante sin él, y ellos obedecen.

"¿Cuando pasó?" le pregunta. El joven del Batallón Olimpia mira culpable a su profesor.
"Cuando levantaron los cuerpos", dice, con un hilito de voz. "No aguanté, profe. Aún no puedo con la culpa… "
"Sabes que yo no tengo nada contra ti, ¿verdad?"
"Debería", dice el muchacho, rompiendo en llanto. "Yo le disparé".

Ramón siente un hueco por dentro. No esperaba una confesión de ese tamaño. Pero el muchacho arrepentido tampoco se espera lo que sigue.

El profe Ramón lo abraza.

"No tengo nada contra tí. Vamos".

Reconciliados, maestro y alumno se dirigen de vuelta hacia el grupo de compañeros que los miran en silencio. Y hasta que se integran, la marcha continúa.


Julio mira de lejos a su amigo, y sonríe. Si todos son felices, él también lo es.
Grabado de Guadalupe Posadas
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domingo, 4 de octubre de 2015

El Trajín del Mictlán (Parte 1)

Luego de otra larga ausencia, les traigo aquí uno de mis grandes orgullos: esta novela corta vio la luz por primera vez en octubre del año pasado, consta de 4 partes y está inspirada en esta época tan llena de significado para muchos de nosotros. Espero la disfruten y se piquen, porque la próxima semana sale el capítulo 2.

(Publicación original: 24 de octubre de 2014)


Parte 1: Julio

"¿Hace cuanto que no se ven?"
"Como 29 años"
"¿Desde el terremoto?"
"Mas o menos"

Julio se prepara como muchos otros para visitar a sus seres queridos. Es esa fecha especial de todos los años en que le está permitido regresar. Mientras, platica con otro como él, Ramón.

"¿Tú desde cuando no los ves?"
"Uuuuff… unos 46 años"
"¿Tlatelolco?"
"Ya ni me recuerdes" dice Ramón con amargura.

Julio y Ramón son afortunados. Hay muchos otros que desde hace años no tienen a nadie del otro lado; heridos por el olvido se quedan, y con el pasar del tiempo se desvanecen como un sueño.

"¿Y a quién extrañas más?" pregunta curioso Ramón.
"A mi esposa" contesta el interpelado. "Ay, mi Rosita… hace unas enchiladas deliciosas, ¿Porqué no vienes a mi casa? De seguro ya las tiene listas".
"Sólo un rato, tengo mucho camino que recorrer este año".
"¿Hijos?"
"Y nietos. Hartos nietos".

En el camino hay muchas caras nuevas. No todas son gratas de ver; de algunos Julio no sabe todavía si darles la bienvenida o el pésame. Así pasó con él cuando llegó. Se le quedaron mirando con cierto horror, con mucha pena. Sabe que de todos modos las cosas se van a componer para ellos y sus familias, pero de todos modos la visión de estos nuevos compañeros de trajín no es nada agradable.

Además, podría ser peor. Podría haberse quedado penando del otro lado, sin conseguir cruzar. Como la mayoría de sus vecinos. Por historias y leyendas que le contaban, sabía que muchos no se quedaban sólo penando y lamentándose: los hay tan resentidos que intentan llevarse a otros. Sobretodo los que se quedaban a perseguir a sus propios familiares.
Ramón le había enseñado a reconocerlos: son los que se quedan en el Umbral. Podrían pasar pero no lo hacen, pero eso sí, cada tanto traen a alguien nuevo y sí lo hacen pasar. Y con cada visita se ponen más feos: las caras se estiran, o se arrugan. A veces incluso se borran. La piel se les hace gris y los ojos se van poniendo negros o blancos. Esos en especial le dan escalofríos a Julio, y no solo a él.

"Sólo no los peles" le había dicho Ramón. "A nadie le caen bien. Solo se quedan a hacer destrozos".
"¿Y siempre están ahí?" le pregunta Julio, mientras uno de ellos lo mira de lejos, con su mirada vacía.
"Creo que se van cuando el último de los suyos pasa el Umbral" le responde Ramón. "No sé si los dejan pasar o si solo se desaparecen. Lo que sí es que en algún punto se van".

Julio se estremece incómodo. Prefiere pensar en Rosita. En que bendito sea el Señor, ella está allá, y tuvo el buen tino de mudarse a Querétaro después del terremoto. Está a salvo, tranquila. Esperándolo. Su hija se llama como ella. Y lo último que supo es que la hija de su hija también heredaba el nombre. Siempre recuerda su "jardín de Rosas", su jardín de amor que lo espera todos los años. Las extraña. Y las enchiladas también, claro.

Julio era maestro antes del terremoto. Probablemente por eso él y Ramón se caen tan bien. Rosita no estaba cuando pasó, se había ido a visitar a sus papás a Silao, con la niña. A veces -lo que lo hace sentir culpable- Julio desearía que ellas hubieran estado con él, para no irse tan solo y ya no tener que regresar todos los años.

Aunque no se fue solo del todo. Tenía un vecinito periodista que se llamaba Manuel y que trabajaba en La Jornada. Apasionado de Truman Capote, tanto que cuando Julio osó pedirle prestado uno de sus libros Manuel pegó el grito en el cielo. Nel. Mangos. No quiero. Y no se volvió a hablar del asunto.

Se ayudaron a salir solos de los escombros del edificio Nuevo León. Todavía Manuel se quiso regresar por la grabadora y la cámara, que tenía que cubrir la nota, que era la nota del siglo, que…

"Que no, Manuel, ya vámonos" le dijo Julio, acongojado, gritando por encima de las sirenas. "Ya no hay nada que hacer".
"Bueno ya, ahí muere". Ni de sus libros se acordó.
Un chiste muy atinado. "Ahí muere". Ahora, Manuel se les pega a los viajeros. Lo están esperando en la oficina. Va a haber fiesta, y "La Tambora" no puede faltar, aunque no sea de cuerpo presente. Por alguna parte llega un olorcillo de mota: ahí viene Rockdrigo, a quien le tocara también el mal despertar del 19 de septiembre en la calle de Bruselas.

"Ah, no. Yo con multitudes no quiero nada", protesta Ramón.

Continuará...

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lunes, 31 de agosto de 2015

Thank God I'm Pretty (o "Ella se lo buscó")

Hoy en la noche, regresando de trabajar por el mismo camino que tomo siempre (el cual es transitado y hay muchos locales y paradas de autobús), fui perseguida por un sujeto. Corrí, grité por ayuda y me subí al primer bus que pasó y me alejó de ahí. En cuanto mi mamá abrió la puerta de la casa y me sentí a salvo, rompí en llanto.

Probablemente alguno de los que escucharon mis gritos pensó que yo sólo quería llamar la atención, que tal vez soy una paranoica. No lo sé y no me interesa. Yo sólo sé que estaba en peligro. Y lo sé porque es la segunda vez que me pasa, aún cuando vivo en una de las ciudades "más seguras" del país.

La expresión de su cara lo dijo todo. Sabes por instinto, seas hombre o mujer, cuando alguien va a hacerte daño, sólo con la expresión de su cara.

En cuanto me alejé echó a correr tras de mí, y sólo se detuvo cuando con mis gritos de ayuda voltearon las personas de la parada, y regresó sobre sus pasos.

Escribo esto porque, como dije antes, es la segunda vez que me ocurre. En la misma ciudad, y en un lugar concurrido. En esta ocasión logré escapar. En la anterior, que además fue a plena luz del día, el tipo me acorraló en una cafetería donde me encerré en el baño hasta que alguien llamó a la policía.

Supongo que "para mi buena suerte", ninguno de estos incidentes pasó a mayores. ¿Pero porqué chingados tengo que llamar suerte al hecho de tener que escapar de gente así?

Ella se lo buscó / She was asking for it. Es la respuesta de violadores y feminicidas alrededor del planeta. Justo ahora, esas palabras asquerosas y misóginas me retumban en los oídos. Me mata de rabia pensar que estoy condenada a vivir con miedo sólo porque soy mujer. Ni siquiera uso ropa "provocativa", si mis suéteres fueran más grandes y el clima más frío, vendrían con una burka integrada. Y de hecho, la mayoría de las víctimas de crímenes sexuales son chicas conservadoras, niñas buenas, mujeres tranquilas que nunca se le han insinuado a nadie ni "se lo buscaron". Y empiezo a pensar que es precisamente por eso que las atacan, y no es justo.

No pude evitar acordarme, en cuanto recobré la calma, de una canción: Thank God I'm Pretty. Una sarcástica canción de Emilie Autumn, que en realidad habla de la pesadilla que ella vivió cuando la persecución "pasó a mayores".

¿Porqué hay que pasar por esto? ¿Porqué tenemos que pelear por nuestras vidas? ¿Quién ordenó al universo que no podemos salir de casa sin sentir ansiedad? El mundo espera que seas segura y fuerte, pero para ello también te obliga a ir acompañada a todos lados para que en la esquina no te tiren del pelo y te hagan algo, o te asesinen. Te convierten en Damisela en Apuros, lo quieras o no.

Ellas no lo piden. Nunca pidieron ser abusadas, ni golpeadas, ni morir en un callejón. Ellas nunca pedirán eso. Cuando ellas dicen NO, es NO. Tienen derecho a vestirse como quieran, sin sentir en la nuca la mirada de ningún pesado. Tienen derecho a sentirse a salvo. Tienen derecho a vivir sin miedo.

Dejo la canción de Emilie con subtítulos.


sábado, 22 de agosto de 2015

Ray: El marciano entre terrícolas

En mis obras no he tratado de hacer predicciones acerca del futuro, sino avisos. Es curioso, en mi país cada vez que surgía un problema de censura salía a relucir como paradigma de la libertad Farenheit 451. Los intelectuales, ya sean de derechas o de izquierdas, siempre tienen miedo a lo fantástico porque les parece tan real ese mundo que creen que estás intentando engañar y, evidentemente, así es. (…) Vivimos en un mundo que nos absorbe con sus normas, con sus reglas y la burocracia, que no sirve para nada. Hay que tener mucho cuidado con los intelectuales y los psicólogos, que te intentan decir lo que tienes que leer y lo que no.
Ray Bradbury, acerca de Farenheit 451 

En el verano de 2011 yo asistía a clases de matemáticas por las tardes. En el salón de clases había un librero repleto de libros que a pesar de ser todos títulos clásicos y aclamados por la crítica y las instituciones, no hacían más que acumular polvo.

De ese librero, y al más puro estilo de Maja Westerman, me robé (sí, me lo robé) las Crónicas Marcianas de Ray Douglas Bradbury. Después de algunos días el señor Dorian Gray también me acompañaría por la puerta del salón, pero eso es anécdota de otro blog.

A Ray Bradbury -cuyo cohete de llegada se estrelló en nuestro planeta el 22 de agosto de 1920 en Waukegan, Illinois- yo ya lo conocía, pero me lo habían presentado siendo yo demasiado joven. No supe apreciar su fantástica conversación hasta el día que tomé las Crónicas del estante. Solo buscaba algo para esperar a un profesor que a veces ni se presentaba, y acabé llevándome el libro a casa.

Debo haberlo leído unas cuatro veces antes de acabar dándole mi preciado tesoro marciano a la única persona que ha sabido apreciarlo, quien, cabe agregar, resultó ser un Hombre Ilustrado.

Después busqué los libros que ya teníamos de él. El clasiquísimo Farenheit 451 -nuestra primera e inicialmente fallida charla. Por fin pude leerlo con nuevos ojos, con nuevos ánimos, y supe que había encontrado a un amigo. No un amigo cualquiera, uno que trascendió las barreras del tiempo, del idioma, de las edades, de la vida y la muerte.

Algo que siempre me sorprendió de los grandes escritores es que la mayoría inicialmente no eran escritores, excepto tal vez Hemingway, Ginsberg y Wilde -y otros. Algunos tenían estudios distintos como Arthur Conan Doyle, que era doctor.

Ray sólo concluyó la prepa. Su formación fue totalmente autodidacta. Y tal vez por eso, su escritura es tan PURA. Con mayúsculas. No te recuerda a nadie, no huele a clásico medieval ni a la escuela de los beatnicks -fuchi- ni a nada de eso. Simplemente es Ray. Lees sus cuentos, sus novelas, y lo reconoces, como si se presentara y platicara de la forma más natural.

Nuestra plática siguió junto con su amigo Robert Bloch, en una antología conjunta de cuentos de terror. Rob también habla mucho, pero en su presencia Ray prefiere tocar temas de fantasmas, de brujas y de enterradores vengativos. No es mi tema favorito, pero ambos logran que me interese cada vez que nos volvemos a reunir.

Más tarde supe que también era guionista de cine -que como saben, es uno de mis sueños. De hecho, una de mis películas favoritas de la infancia (The Halloween Tree) es obra suya. Osea que desde mucho antes ya Ray y yo éramos amigos.

El 5 de junio de 2012, anunciaban en televisión que Ray había tomado el último cohete de regreso a Marte.
Mi corazón se partió en mil pedazos ese día. Luego me enteré que Marguerite McClure, su esposa, había partido antes que él, en 2003. Descubrí entonces que sólo había ido a alcanzarla, a su planeta natal.

El día de ayer (hace como dos horas en realidad) fue su cumpleaños terrícola. Como mala amiga, no lo recordé, pero como buena amiga, lo compenso hoy recordando con cariño nuestro primer encuentro exitoso, cuando decidí robarme un libro en el verano de 2011.

Feliz cumpleaños, Ray Douglas Bradbury. :)


La cita que encabeza esta publicación proviene de la entrevista Ray Bradbury: decálogo de un amante de la vida. 

martes, 11 de agosto de 2015

Frustración

Siguiendo con el cumplimiento de promesas, éste cuento fue el primero en ver la luz en el sitio del estimado Boundless. El día que lo escribí las cosas no estaban yendo bien, pero fue tan catártico como romper una ventana. Y admito que a pesar de lo que representa, me gusta mucho cómo quedó.

Llega a casa solamente para tirarse a llorar en la alcoba. A su alrededor, todo es sólo un gran conjunto de porquería, y no solo porque la casa esté sucia. Desde que recuerda, la palabra "frustración" la persigue como las moscas a un perro con sarna.
Su marido le palmea la espalda, esperando ya no consolarla, sino comprenderla. Y esa es su desgracia: casi medio siglo juntos, y hasta la fecha no logra derribar las paredes, esas jodidas paredes mentales que ella le ha puesto a todo el mundo –y a él más que a nadie- desde que eran sólo unos chicos, oyendo en el radio los ecos de un sanguinario Tlatelolco en la radio de la tienda, enfrente de la secundaria. Ni siquiera el sacro lazo de su vida juntos es suficiente. Para ella, su marido no es apoyo, ni siquiera digno de confianza; lo peor de todo es que ella no es quien lo desea así. Pero el paradigma de su frustrante infancia en La Petrolera es más fuerte que su deseo de confiar en el único que, a pesar de su personalidad casi sordomuda, confía en ella.
La desilusión menor seguirá en la escuela hasta el anochecer, ignorante de cuanto acontece, y la desilusión mayor escucha desde su escondite a plena vista, sin siquiera respirar. Para su suerte, las palabras más temidas no existen en la conversación, y su inmaduro corazón vuelve a su ritmo. Para su desgracia, y siendo parte del problema, no puede ayudar a las personas al otro lado de la pared.
Palabras como “robo”, “fraude”, “falta de respeto”, “chisme” e “idiota” escapan del encierro mal sellado de la recámara principal. El acervo de basura que ya conoce. La porquería que ha acontecido desde hace un año, la porquería que siempre ha existido, y la porquería que apenas este fin de semana salió a la luz. Ambos están hartos, hartos y cansados.
La frustración es el único habitante, junto con el perro, que vive a sus anchas en las cuatro paredes. Es el monstruo gris que vive bajo las camas. Alimentándose del llanto de ella, de la culpa de él, del nihilismo del mini chasco y de la invisibilidad del fiasco mayor. Y a sabiendas de esto, nadie de los cuatro tiene el valor de tomar la escoba y sacarla a palazos por la puerta. Todo lo más, alguno arroja el cuchillo de la carne hacia el habitante más cercano, no sin antes amenazarla para que se vaya y no vuelva, con gritos que, para el sordo monstruo, no son sino un hilillo de voz.



Incendiario

Sosteniendo mi promesa de compensar por la falta de publicaciones, hoy entrego éste y otro cuento que escribí hace un año, ya reeditados. Éste viene con soundtrack, de parte de Subway to Sally.






Su naturaleza le exige destruir. Así nada más, no conoce otra forma de vida. Su cuerpo se compone de lo que esté cerca, de cualquier cosa que pueda arder con su contacto. Su respiración es oxígeno y gases. Su presencia tiene los efectos más extraños y distintos. En la indumentaria azul y naranja del butano es bienvenido, y hasta resulta necesario. Incluso se le invoca con el oloroso llamado de la pólvora. Pero cuando se presenta por sí mismo, en rojo y oro, enciende el odio y el miedo. 
Sin embargo, estos sentimientos son ajenos a su ser. Simplemente despierta, y aprovecha cada segundo de vida que le otorga su mezclada respiración.
Le encanta bailar, al compás de los vientos. Le encanta bailar con las sílfides, que lo mueven al ritmo de su capricho. Hoy bailan en los claros de un infortunado bosque. Ellas, las ninfas invisibles de susurros constantes, lo acompañan en su destructiva danza. 

Hoy fue invocado por el descuido de unos cuantos, desde las brasas mal apagadas de una fogata. En los agonizantes carbones de color rubí, sintió la caricia fresca del viento, que le ha dicho "ven" y lo ha despertado de nuevo. Se alza altivo, en toda su dorada y aterradora belleza, y alimentándose de las ramas más cercanas y secas adquiere la fuerza suficiente para pararse a bailar una vez más.
Los animales huyen de él, de su terrible y apasionado tango. Mientras las sílfides susurran su canción, los habitantes del bosque aúllan, trinan, gritan su nombre. Pero él continúa bailando, devorando todo a su paso.
Muy pronto, la mayor parte del bosque es sólo troncos renegridos y ceniza. En el aire flota el olor de la muerte, de maderas quemadas y savia hervida. Pero su baile sigue, imparable. Hasta que un pequeño mamífero, trepado a la copa de un abeto, percibe por fin el perfume de esperanza de la lluvia. Poco a poco, las gotas cristalinas van minándole el paso, mermando sus movimientos. Pronto, se ahoga, y no queda más que una columna de humo y un lodazal mezclado con las cenizas de los árboles.
Pero aunque muera esta vez, regresará a la vida. Reencarnará en otro sitio, en otro momento. Y de igual manera, su naturaleza destructiva lo hará reanudar su rutina, su danza salvaje y eterna...

lunes, 10 de agosto de 2015

Näkemiin

Hace dos días se cumplieron 6 años de que uno de mis seres más queridos partió de éste mundo. La semana pasada, alguien que yo amaba profundamente terminó de desprenderse de mi vida. Dos tipos de adiós muy diferentes, pero adiós al fin y al cabo.

No se malinterprete, no pienso cerrar el blog. Sólo quiero, como siempre, compartir una opinión.

Ilustración de Chiara Bautista
El tema de la despedida es siempre algo delicado, si bien es también algo obligatorio para el desarrollo humano. Hay despedidas de "nos vemos luego" y lo que en inglés se llama tan hermosamente Farewell, pero que a pesar de su bella fonética es la más triste por ser para siempre.

Las hay que ni se sienten, las de personas con las que convives poco y de repente un día desaparecen del cuadro; al mes ni te acordarás de ellos. Las hay que duelen, porque sabes que extrañarás a la persona, si bien le volverás a ver pasado un tiempo. Las hay temidas, porque sabes que si pierdes a esa persona tal vez nunca la recuperes, o bien porque sabes que son inevitables. Las hay que duran años enteros. Y las hay necesarias.

Hay hasta canciones y odas enteras al adiós. Y aún con su ayuda es difícil darlo, a veces aún más que escucharlo.

Hemos convertido la palabra "adiós" en un verdadero monstruo, cuando deberíamos pensar en su poder de curación. Es como esas medicinas que arden como el diablo pero que a final de cuentas cumplen bien su propósito, dependiendo de la dosis, claro. Tampoco hay que recetar un "adiós" intravenoso cuando la dosis es un "hasta pronto" cada dos meses, no sé si me explico.


En mi poca experiencia, solo hay una cosa peor que dar u oír un adiós: no hacerlo.


Las dos personas mencionadas al inicio son prueba de ello. Uno de mis seres más queridos falleció en agosto de 2008, luego de sufrir por casi 10 años -tal vez más, tal vez menos- de la enfermedad más terrible. La familia entera estuvo a su lado. Nunca perdió la sonrisa a pesar de ese jodido dolor que no le dejó en paz.

Pero cuando dijo adiós, yo no estaba. No me dejaron asistir al funeral.  Me cayó el veinte de su ausencia meses después, al encontrar sus artefactos de trabajo en mi casa, y hasta entonces lloré. Más que por su ahora latente ausencia, por no haber podido despedirme. Más tarde, perdimos también al amor de su vida, un Domingo de Resurrección. Aún no consigo dar el debido adiós.


La otra persona sigue en este mundo, pero ya no conmigo. Dos años juntos, el segundo de los cuales se convirtió en un círculo vicioso de intentos de despedida, aun después de terminada la relación. Apenas hace poco, cuando me enteré que hasta la base de nuestra inicial amistad era mentira, terminé de desprenderme de su memoria, de lo poco bueno y de lo mucho malo. De la dependencia. Del miedo a quedarme sola o dejarlo solo a él. Por más que me esforcé en conservar el buen recuerdo, hacerlo solo suponía una parte del apego insano de toda la vida.

Por no decirle adiós a tiempo, perdí demasiado. La escuela, la confianza de mis seres más cercanos, e incluso la oportunidad de estar con el amor de mi vida -añádase a esto mi ya mencionada cobardía.

Decir adiós siempre es nefasto, pero lo es aún más no decirlo. Sobretodo porque puede no ser un adiós, sino que se puede transformar en un "no te vayas" o hasta en un "iré contigo". Escuchar un adiós nunca es fácil, pero es peor no oírlo. Porque cuando no se escucha, queda un vacío helado entre los implicados, un vacío que lo mismo se puede llenar de duda que de esperanza, o de ambos. A veces, sin que haya razón para ello.

Deberíamos aprender -y enseñar- que no hay nada malo con las despedidas. Hasta de los objetos hay de despedirse de vez en cuando, sino en vez de llenar vacíos se van tragando el espacio.

Y tampoco hay que temer a despedirse de alguien: si la persona no vale la pena, será lo mejor para ambos, pero si sí lo vale, no existirá el adiós.



NOTA: Näkemiin es la palabra finlandesa para "adiós"

domingo, 2 de agosto de 2015

Una disculpa y 12 destinos mágicos

Lo sé, lo sé, lo seeeee... me convertí en otra blogger irresponsable. Y me disculpo, pero en mi defensa, no he podido ni pensar en algo bueno que escribir, y he estado tan cargada de cosas que me olvidé por completo de publicar, así que veré la forma de compensar por el tiempo perdido.

Este fue para el medio en el que trabajé antes, una de las pocas contribuciones realmente propias que logré hacer -y que se salvaron de la actualización de la página. Debió salir al blog el 31 de julio (cumpleaños de la Reina Rowling y del Niño Que Vivió) pero... eh... meeee quedé dormida...

Así que aquí está, con demasiado delay, pero aquí esta. Y una vez más, voy a compensar el tiempo perdido.



(Publicación original: 6 de diciembre de 2014)


La última película de Harry Potter se estrenó hace ya tres años, y el spin-off de Animales Fantásticos se tardará otros dos en llegar. La magia pudo haber parado en el cine, pero para contento de los Potterheads, hay muchos lugares por visitar para revivir los eventos de la saga escrita por J.K. Rowling. Súbete a tu Nimbus 2000 y recorre los 12 destinos que todo fan de Harry Potter DEBE visitar.

1.- El Caldero Chorreado


Empecemos por lo que tenemos más cerquita en México. El Caldero Chorreado es una cafetería creada por y para los fans y se definen como "un lugar mágico para magos, brujas y muggles" -de acuerdo a su sitio en Facebook. Aparte de su servicio de cafetería donde podrás saborear la Cerveza de mantequilla, venden artículos originales -y fanmades- como: playeras de quidditch, varitas, legos, posters, dulces como grajeas de todos los sabores y muchas cosas mas

El Caldero Choreado se ubica en Calle Congreso #38 loc.A (esq. Jojutla), a tres cuadras del kiosko del centro de Tlalpan. Se puede llegar por MB Caminero , o bien por Tlalpan pasando la zona de hospitales, pero si vienes en coche (o escoba), lo mejor es estacionarte en las calles Congreso, o Ximilpa , ya que no cuentan con estacionamiento.

2.- La Copa de Quidditch

No es en sí un destino, pero sí un evento que no te puedes perder. La versión "muggle" del Mundial de Quidditch, igual que cualquier evento deportivo se celebra en distintos países todos los años. Comenzó siendo un torneo entre colegios en 2007, y desde entonces se ha convertido en un evento internacional que reúne a los mejores equipos de más de 80 países. 
Los equipos de 7 jugadores (Portero, Buscador, dos Golpeadores y tres Cazadores) se enfrentan casi igual que en la saga literaria, con excepciones como que la Snitch (pelotita voladora cuya captura finaliza el partido) es sustituida por un jugador adicional, elegido por su velocidad. Por cierto, el equipo mexicano son los Black Sabbers.

3.- Tours para Muggles (Londres)

Casi diario salen estas visitas guiadas hacia diversas locaciones de los films de Harry Potter, que incluyen la entrada al Caldero Chorreante (La Piedra Filosofal y El prisionero de Azkaban), la entrada de visitas del Ministerio de Magia (La Orden del Fénix) y el andador que inspiró al callejón Diagon, entre otras.

4.- Harry Potter England Tour (Lacock y Oxford, Inglaterra)

La saga completa fue filmada a lo largo y ancho de la Gran Bretaña. Este tour de un día completo, con salida y regreso desde Londres, lleva a los fans de hueso colorado por algunas de las locaciones más importantes. 
Por mencionar algunos destinos, el tour hace parada en Lacock Village, que hizo las veces de Godric Hollow, donde vivían los padres de Harry, James y Lily Potter. Luego se dirigen a Oxford, cuya famosísima universidad prestó sus instalaciones para el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.
Por si eso no es suficiente, otro tour de dos días incluye una parada en Gloucester, donde te permiten convivir de cerca con hermosas lechuzas.

5. Warner Bros. Studio (Londres)

El viaje no estaría completo sin una visita a los Estudios Leavesden. Estos estudios originalmente eran una fábrica de aviones, y en 1995 se convirtieron en el set de GoldenEye: El regreso del agente 007 (1995); y durante 10 años fueron el set oficial de la saga fílmica.
Ahora, los visitantes pueden visitar en Leavesden el Gran Comedor y el Callejón Diagon, visitar la casa de los Dursley, el Autobús Noctámbulo, e incluso puedes montar una escoba voladora y tener una increíble foto de recuerdo.

6.- El Andén 9 ¾ (King's Cross Station)

Los padres de J. K. Rowling se conocieron a bordo de un tren en la estación de King's Cross, de ahí que el famoso andén mágico se ubique en ella. 

Como muggles, no podemos atravesar la pared para entrar, pero sí podemos tomarnos fotografías con el "carrito atascado" en la pared, además de que a unos pasos hay una tienda temática.



7.- La Casa de los Reptiles (London Zoo)

El serpentario del Zoológico de Londres aparece casi al principio de La Piedra Filosofal, cuando Harry lo visita con sus - horrorosos- tíos. Si logran recordar, es ahí donde se manifiestan sus poderes, no solo al hablar con una Pitón Birmana, sino también liberándola al hacer desaparecer el vidrio de su hábitat.
Aunque los fans pueden revivir la escena lo mejor sería no incurrir en la última parte, puesto que el serpentario en realidad exhibe una Mamba Negra, la cual es una especie altamente venenosa.

8.- Las Habitaciones Mágicas del Georgia Hotel House (Londres)

Esta es una de las experiencias más cercanas a una auténtica estadía en Hogwarts. Las Habitaciones Mágicas -Wizard Chambers en inglés- del Georgia House Hotel están decoradas en un estilo gótico (sé lo que estás pensando y no, no tienen crucifijos volteados) con camas adoseladas, calderos, chimeneas funcionales y los escudos de las casas. No importa cuan muggle seas, te aseguro que será una experiencia mágica.

9.- Exhibición Itinerante de Harry Potter

Por lo pronto, la exhibición está de gira en Alemania. Pero cuando llegues, tendrás el honor de que el Sombrero Seleccionador te ponga en una casa, sólo para empezar. Luego, los grupos de visitantes (de acuerdo a su Selección) son llevados a través de escenarios inspirados en los sets de las películas, con la verdadera utilería de los filmes, desde las varitas hasta las túnicas. También tienen audioguías con entrevistas a los artistas que dieron vida material a la magia.

10.- El tour de JKR (Escocia)

Ok, lo que quieres es conocer más de la persona detrás del Mundo Mágico. En dado caso, este tour, con salida en Edimburgo, es lo tuyo. Los turistas visitan los cafés donde J.K. Rowling escribió los libros, de ahí parten a Northumberland para visitar el Castillo Alnwick, el cual fue la primera sede de Hogwarts en las dos primeras películas. El recorrido termina en las Tierras Altas (Scottish Highlands) donde los visitantes tienen acceso a más locaciones y pueden tomar un tren de vapor que cruza el Viaducto Glenfinnan. Los fans lo reconocerán de La Cámara de los Secretos, pues es la escena donde Harry y Ron se acercan al Expreso de Hogwarts con el coche volador.

11.-The Wizarding World of Harry Potter (EU)

El parque temático en Orlando, Florida, no podía faltar en la experiencia Potterhead. Literalmente visitas este mundo mágico: Hogsmeade, el Callejón Diagon (y sí, puedes entrar a Ollivander's y comprar tu varita); puedes tomar el Expreso de Hogwarts y subirte a un dragón en el Dragon Challenge Ride, beber auténtica cerveza de mantequilla en Las Tres Escobas y el Caldero Chorreante, y abastecerte de dulces y bromas en Honeydukes y Sortilegios Weasley (Weasley's Wizard Wheezes).

12.- El Colegio de Hechicería de Czocha (Polonia)

Sí, lo mejor para el final. Y sí, finalmente es una realidad. Se trata de la Czocha College of Witchcraft and Wizardry, y ha sido creada en Polonia.

La institución inició con cursos cortos de cuatro días, que cuestan cada uno 300 euros por persona. De hecho, al primer curso se inscribieron más de 200 estudiantes provenientes de 11 países distintos. La “nueva” Hogwarts abrió sus puertas en noviembre, y lo hará de nuevo en abril del 2015, para que cheques el registro. 

Lo sé, te brillaron los ojitos.

Cada uno de los cuatro días que pasas en esta universidad, son compartidos con los demás aprendices a magos. Entre algunos de los cursos figuran Defensa de las Artes Oscuras, Encantamientos, y otras clases mágicas. Al finalizar cada curso, los estudiantes deben hacer exámenes (ni modo), y si los pasan obtienen el TIMO (Título Indispensable de Magia Ordinaria).

Al igual que en las obras de J.K Rowling, adentro del “Hogwarts” polaco, los grupos de aprendices se dividen en “casas” o equipos con los nombres: Daurentius, Faust, Libussa, Molin y Sendvogius.

Grettel

  - ¿Estás herido, terroncito? Sosteniendo una linterna de las antiguas de aceite y envuelta en un chal de color rosa, la mujer que se hab...