domingo, 1 de noviembre de 2015

El Trajín del Mictlán (Final)

No me retrasé, sino que adelanté la publicación. El Trajín estaba calculado para terminar el día de hoy, pero publiqué con demasiada anticipación los tres capítulos anteriores. Claro que da igual, este blog está tan muerto como Ramón y Julio.

Luego del momento de amargura (lo siento mucho, hoy no me encuentro emocionalmente bien -y es todo culpa de un vivo) les entrego el final de esta corta historia, que espero les haya gustado. También para desear un Feliz Samhain tardío, y un Feliz Día de Muertos apenas adelantado.


Parte final: Rosita

La más pequeña de las Rosas mira fijamente el altar. No tiene idea, a sus 13 años, de lo que significa nada de lo que hay puesto en la repisa donde por lo regular van los santitos de la abuela. Lo único que sabe es que la foto de hasta arriba es del abuelo Julio, que hay comida puesta para nadie y que todos los años ponen esa comida para nadie con la fotografía del abuelo que no conoció en ese mueble. Y que necesita las flores de cempasúchitl del florero.
En la imagen: Erick DeLuna, La Catrina

Le toma una foto al altar, la publica en Facebook y la llena de hashtags. Sin preguntar a nadie se lleva todas las flores, se da la vuelta y regresa a su cuarto a encasquetarse el disfraz de Halloween para la fiesta de la escuela: una Catrina, cuyo origen también ignora. Simplemente vio la foto en una revista y se la enseñó al dependiente de la tienda de disfraces. "Quiero esto", había exigido.

El grito de rabia de la abuela la hace arrojar las flores robadas al bote de papeles junto al tocador de su cuarto, y esconderlo en el ropero lo antes posible.

"¡Rosa! ¿Qué chingados pasó con las flores del altar?" escucha gritar a su madre, quien sabe perfectamente qué pasó con ellas, pero espera una confesión de todos modos.
"Tu papá no tarda" escucha a su abuela decir alarmada.
"Voy por otras al mercado…"

Las escucha discutir y apagarse las voces. Luego la puerta. Rosita aprovecha la ausencia para sacar las flores escondidas, arrancarles los tallos y clavarlas en la trenza que momentos antes le tejiera su mamá. Mientras, se enfoca en pensar cómo saldrá de la casa sin que la vean.

Disfrazada y maquillada, baja las escaleras con el mayor sigilo. Entonces se da cuenta que no está sola. En el pasillo, devorando las enchiladas puestas en el altar, hay un perfecto desconocido. Tiene el lacio pelo negro cayendo sobre unos lentes gruesos, va de camisa y pantalón de vestir. Nunca en su vida había visto a ese sujeto, pero el la ve y deja el plato con las enchiladas a medio comer en el altar.

"Hola, tú debes ser Rosa" le dice.
"¿Quién eres? ¿porqué te comes eso?"
"¿Porqué te robaste las flores?" le responde. "Ni siquiera sabes lo que significan, ¿cierto? O tu mismo disfraz"
Rosita se mira en el espejo del altar. Sí, su disfraz está genial, pero él tiene razón: no sabe qué trae puesto ni la carga histórica que tiene.
"¿Quién eres?" le vuelve a preguntar al extraño.
"Me llamo Ramón" le contesta. "Tu abuelito venía para acá, pero…"
"Mi abuelo está muerto".
"Ya lo sé" le dice Ramón. "También yo y aquí estamos, ¿no?"

Rosita se siente al borde del desmayo. De seguro son esas estúpidas flores las que la están haciendo alucinar. Se las arranca de la cabeza y las arroja de vuelta al altar, tirando la fotografía del abuelo Julio, y esperando que el desconocido desaparezca. Pero sigue ahí.

"¿Ya acabaste tu berrinche?"
"¿Porqué no te has ido?"
"Julio me invitó a venir. De hecho me pidió que me adelantara, que él iba por alguien al DF".
"¿No tienes tu propio altar en algún lado?"
"Neh" dice Ramón. "Mi familia era como tú. No sabían nada de sus propias tradiciones, así que nunca pensaron en un altar de muertos. Pero bueno, eso ya no me toca. Y no me voy a quedar, así que quita esa cara de espanto que ya no me veo tan mal como cuando me morí".
"¿Cómo moriste?"
"Me balearon en el 68" dice, señalando su nariz. "Directo a la cara. Pum, sesos por doquier. Pero eso no es nada, a Julio lo aplastó un edificio completo en el 85; vieras cómo llegó hasta con las varillas clavadas y las tripas de fuera… ugh".

Rosita mira la hora con angustia. Su madre y su abuela no tardan; y en cuanto vean el desastre que ha causado seguro que pegan el grito. Por no mencionar que ahora tiene la imagen mental de su abuelo atravesado por varillas de construcción. Horrorizada, recoge todo lo que tiró con las flores; las manos le tiemblan a más no poder, pero tampoco puede dejar que vean la escena del crimen.

Una mano se posa en la suya; una mano fría como el hielo. Rosita se gira, lista para reclamarle a Ramón por metiche y se topa de frente, por fin, con el abuelo Julio. Gracias a Dios, se ve tan bien como en la fotografía del altar.

"Ay, hija… otra cosa le hubieras sacado a tu abuela" le dice, haciéndole un cariño que Rosita siente como un témpano. "Igualitas de histéricas"
"Ah, no, eso fue culpa mía" aclara Ramón. "Por cierto, tenías razón con lo de las enchiladas; sólo me saben raro con el pan de muerto"
"Sí, ya vi" replica Julio, mirando con reproche el plato medio comido y las migajas de pan y azúcar.

Rosita no se atreve a decir nada y termina de limpiar. Se da cuenta que en la puerta hay un hombre con ropa de cárcel muy vieja, con una cara de demacrado que aterra. Pero a ella ya no le hace efecto ver a ese tercer fantasma.

"Otro…" dice ya fastidiada.
"¿Qué? ¿Jacinto?" pregunta Julio, zampándose lo que quedó de las enchiladas. "No te apures, hija, solo está de paso".
"No me dirás que es el esposo de Amelia… "
"¿Qué tiene?" indaga Julio. "¿A poco tú estarías muy feliz de estar esperando como baboso, ahí clavado en el Umbral?"
"¿Que Amelia está dónde?" chilla escandalizado Jacinto.

Se escucha la llave en la puerta. Hecha un manojo de nervios, Rosita se esconde en su cuarto, dejando a los fantasmas. No los escucha irse, pero sí escucha a sus familiares vivas entrar en plena discusión. Cuando las escucha entrar a la cocina sale de su escondite.

El altar está tal como lo dejó, excepto que las enchiladas siguen ahí. Y el pan. Completos.Preguntándose si realmente acaba de vivir una experiencia fantasmal, Rosita recuerda un viejo mito de la abuela y en pos de comprobar si todo es cierto, prueba una embarradita de las enchiladas.

La abuela decía la verdad. Ahora esa comida puesta para nadie ya no sabe a nada. 

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