Luego del momento de amargura (lo siento mucho, hoy no me encuentro emocionalmente bien -y es todo culpa de un vivo) les entrego el final de esta corta historia, que espero les haya gustado. También para desear un Feliz Samhain tardío, y un Feliz Día de Muertos apenas adelantado.
Parte
final: Rosita
La
más pequeña de las Rosas mira fijamente el altar. No tiene idea, a
sus 13 años, de lo que significa nada de lo que hay puesto en la
repisa donde por lo regular van los santitos de la abuela. Lo único
que sabe es que la foto de hasta arriba es del abuelo Julio, que hay
comida puesta para nadie y que todos los años ponen esa comida para
nadie con la fotografía del abuelo que no conoció en ese mueble. Y
que necesita las flores de cempasúchitl del florero.
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En la imagen: Erick DeLuna, La Catrina |
Le
toma una foto al altar, la publica en Facebook y la llena de
hashtags. Sin preguntar a nadie se lleva todas las flores, se da la
vuelta y regresa a su cuarto a encasquetarse el disfraz de Halloween
para la fiesta de la escuela: una Catrina, cuyo origen también
ignora. Simplemente vio la foto en una revista y se la enseñó al
dependiente de la tienda de disfraces. "Quiero esto", había
exigido.
El
grito de rabia de la abuela la hace arrojar las flores robadas al
bote de papeles junto al tocador de su cuarto, y esconderlo en el
ropero lo antes posible.
"¡Rosa!
¿Qué chingados pasó con las flores del altar?" escucha gritar a
su madre, quien sabe perfectamente qué pasó con ellas, pero espera
una confesión de todos modos.
"Tu
papá no tarda" escucha a su abuela decir alarmada.
"Voy
por otras al mercado…"
Las
escucha discutir y apagarse las voces. Luego la puerta. Rosita aprovecha la ausencia para sacar
las flores escondidas, arrancarles los tallos y clavarlas en la
trenza que momentos antes le tejiera su mamá. Mientras, se enfoca en
pensar cómo saldrá de la casa sin que la vean.
Disfrazada
y maquillada, baja las escaleras con el mayor sigilo. Entonces se da
cuenta que no está sola. En el pasillo, devorando las
enchiladas puestas en el altar, hay un perfecto desconocido. Tiene el
lacio pelo negro cayendo sobre unos lentes gruesos, va de camisa y
pantalón de vestir. Nunca en su vida había visto a ese sujeto, pero
el la ve y deja el plato con las enchiladas a medio comer en el
altar.
"Hola,
tú debes ser Rosa" le dice.
"¿Quién
eres? ¿porqué te comes eso?"
"¿Porqué
te robaste las flores?" le responde. "Ni siquiera sabes lo
que significan, ¿cierto? O tu mismo disfraz"
Rosita
se mira en el espejo del altar. Sí, su disfraz está genial, pero él
tiene razón: no sabe qué trae puesto ni la carga histórica que
tiene.
"¿Quién
eres?" le vuelve a preguntar al extraño.
"Me
llamo Ramón" le contesta. "Tu abuelito venía para acá,
pero…"
"Mi
abuelo está muerto".
"Ya
lo sé" le dice Ramón. "También yo y aquí estamos, ¿no?"
Rosita
se siente al borde del desmayo. De seguro son esas estúpidas flores
las que la están haciendo alucinar. Se las arranca de la cabeza y
las arroja de vuelta al altar, tirando la fotografía del abuelo
Julio, y esperando que el desconocido desaparezca. Pero sigue ahí.
"¿Ya
acabaste tu berrinche?"
"¿Porqué
no te has ido?"
"Julio me invitó a venir. De hecho me pidió que me adelantara, que
él iba por alguien al DF".
"¿No
tienes tu propio altar en algún lado?"
"Neh"
dice Ramón. "Mi familia era como tú. No sabían nada de sus
propias tradiciones, así que nunca pensaron en un altar de muertos.
Pero bueno, eso ya no me toca. Y no me voy a quedar, así que quita
esa cara de espanto que ya no me veo tan mal como cuando me morí".
"¿Cómo moriste?"
"Me
balearon en el 68" dice, señalando su nariz. "Directo a la
cara. Pum, sesos por doquier. Pero eso no es nada, a Julio lo aplastó un edificio
completo en el 85; vieras cómo llegó hasta con las varillas clavadas y las tripas de fuera… ugh".
Rosita
mira la hora con angustia. Su madre y su abuela no tardan; y en
cuanto vean el desastre que ha causado seguro que pegan el grito. Por
no mencionar que ahora tiene la imagen mental de su abuelo atravesado
por varillas de construcción. Horrorizada, recoge todo lo que tiró
con las flores; las manos le tiemblan a más no poder, pero tampoco
puede dejar que vean la escena del crimen.
Una mano se posa en la suya; una mano fría como el hielo. Rosita se gira, lista para reclamarle a Ramón por metiche y se topa de frente, por fin, con el abuelo Julio. Gracias a Dios, se ve tan bien como en la fotografía del altar.
"Ay,
hija… otra cosa le hubieras sacado a tu abuela" le dice,
haciéndole un cariño que Rosita siente como un témpano. "Igualitas
de histéricas"
"Ah,
no, eso fue culpa mía" aclara Ramón. "Por cierto, tenías
razón con lo de las enchiladas; sólo me saben raro con el pan de
muerto"
"Sí,
ya vi" replica Julio, mirando con reproche el plato medio comido
y las migajas de pan y azúcar.
Rosita
no se atreve a decir nada y termina de limpiar. Se da cuenta que en
la puerta hay un hombre con ropa de cárcel muy vieja, con una cara
de demacrado que aterra. Pero a ella ya no le hace efecto ver a ese
tercer fantasma.
"Otro…"
dice ya fastidiada.
"¿Qué?
¿Jacinto?" pregunta Julio, zampándose lo que quedó de las
enchiladas. "No te apures, hija, solo está de paso".
"No
me dirás que es el esposo de Amelia… "
"¿Qué
tiene?" indaga Julio. "¿A poco tú estarías muy feliz de
estar esperando como baboso, ahí clavado en el Umbral?"
"¿Que
Amelia está dónde?" chilla escandalizado Jacinto.
Se
escucha la llave en la puerta. Hecha un manojo de nervios, Rosita se
esconde en su cuarto, dejando a los fantasmas. No los escucha irse,
pero sí escucha a sus familiares vivas entrar en plena discusión.
Cuando las escucha entrar a la cocina sale de su escondite.
El
altar está tal como lo dejó, excepto que las enchiladas siguen ahí.
Y el pan. Completos.Preguntándose si realmente acaba de vivir una
experiencia fantasmal, Rosita recuerda un viejo mito de la abuela y
en pos de comprobar si todo es cierto, prueba una embarradita de las
enchiladas.
La abuela decía la verdad. Ahora esa comida puesta para nadie ya no sabe a nada.
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La abuela decía la verdad. Ahora esa comida puesta para nadie ya no sabe a nada.
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