martes, 11 de agosto de 2015

Frustración

Siguiendo con el cumplimiento de promesas, éste cuento fue el primero en ver la luz en el sitio del estimado Boundless. El día que lo escribí las cosas no estaban yendo bien, pero fue tan catártico como romper una ventana. Y admito que a pesar de lo que representa, me gusta mucho cómo quedó.

Llega a casa solamente para tirarse a llorar en la alcoba. A su alrededor, todo es sólo un gran conjunto de porquería, y no solo porque la casa esté sucia. Desde que recuerda, la palabra "frustración" la persigue como las moscas a un perro con sarna.
Su marido le palmea la espalda, esperando ya no consolarla, sino comprenderla. Y esa es su desgracia: casi medio siglo juntos, y hasta la fecha no logra derribar las paredes, esas jodidas paredes mentales que ella le ha puesto a todo el mundo –y a él más que a nadie- desde que eran sólo unos chicos, oyendo en el radio los ecos de un sanguinario Tlatelolco en la radio de la tienda, enfrente de la secundaria. Ni siquiera el sacro lazo de su vida juntos es suficiente. Para ella, su marido no es apoyo, ni siquiera digno de confianza; lo peor de todo es que ella no es quien lo desea así. Pero el paradigma de su frustrante infancia en La Petrolera es más fuerte que su deseo de confiar en el único que, a pesar de su personalidad casi sordomuda, confía en ella.
La desilusión menor seguirá en la escuela hasta el anochecer, ignorante de cuanto acontece, y la desilusión mayor escucha desde su escondite a plena vista, sin siquiera respirar. Para su suerte, las palabras más temidas no existen en la conversación, y su inmaduro corazón vuelve a su ritmo. Para su desgracia, y siendo parte del problema, no puede ayudar a las personas al otro lado de la pared.
Palabras como “robo”, “fraude”, “falta de respeto”, “chisme” e “idiota” escapan del encierro mal sellado de la recámara principal. El acervo de basura que ya conoce. La porquería que ha acontecido desde hace un año, la porquería que siempre ha existido, y la porquería que apenas este fin de semana salió a la luz. Ambos están hartos, hartos y cansados.
La frustración es el único habitante, junto con el perro, que vive a sus anchas en las cuatro paredes. Es el monstruo gris que vive bajo las camas. Alimentándose del llanto de ella, de la culpa de él, del nihilismo del mini chasco y de la invisibilidad del fiasco mayor. Y a sabiendas de esto, nadie de los cuatro tiene el valor de tomar la escoba y sacarla a palazos por la puerta. Todo lo más, alguno arroja el cuchillo de la carne hacia el habitante más cercano, no sin antes amenazarla para que se vaya y no vuelva, con gritos que, para el sordo monstruo, no son sino un hilillo de voz.



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