sábado, 22 de agosto de 2015

Ray: El marciano entre terrícolas

En mis obras no he tratado de hacer predicciones acerca del futuro, sino avisos. Es curioso, en mi país cada vez que surgía un problema de censura salía a relucir como paradigma de la libertad Farenheit 451. Los intelectuales, ya sean de derechas o de izquierdas, siempre tienen miedo a lo fantástico porque les parece tan real ese mundo que creen que estás intentando engañar y, evidentemente, así es. (…) Vivimos en un mundo que nos absorbe con sus normas, con sus reglas y la burocracia, que no sirve para nada. Hay que tener mucho cuidado con los intelectuales y los psicólogos, que te intentan decir lo que tienes que leer y lo que no.
Ray Bradbury, acerca de Farenheit 451 

En el verano de 2011 yo asistía a clases de matemáticas por las tardes. En el salón de clases había un librero repleto de libros que a pesar de ser todos títulos clásicos y aclamados por la crítica y las instituciones, no hacían más que acumular polvo.

De ese librero, y al más puro estilo de Maja Westerman, me robé (sí, me lo robé) las Crónicas Marcianas de Ray Douglas Bradbury. Después de algunos días el señor Dorian Gray también me acompañaría por la puerta del salón, pero eso es anécdota de otro blog.

A Ray Bradbury -cuyo cohete de llegada se estrelló en nuestro planeta el 22 de agosto de 1920 en Waukegan, Illinois- yo ya lo conocía, pero me lo habían presentado siendo yo demasiado joven. No supe apreciar su fantástica conversación hasta el día que tomé las Crónicas del estante. Solo buscaba algo para esperar a un profesor que a veces ni se presentaba, y acabé llevándome el libro a casa.

Debo haberlo leído unas cuatro veces antes de acabar dándole mi preciado tesoro marciano a la única persona que ha sabido apreciarlo, quien, cabe agregar, resultó ser un Hombre Ilustrado.

Después busqué los libros que ya teníamos de él. El clasiquísimo Farenheit 451 -nuestra primera e inicialmente fallida charla. Por fin pude leerlo con nuevos ojos, con nuevos ánimos, y supe que había encontrado a un amigo. No un amigo cualquiera, uno que trascendió las barreras del tiempo, del idioma, de las edades, de la vida y la muerte.

Algo que siempre me sorprendió de los grandes escritores es que la mayoría inicialmente no eran escritores, excepto tal vez Hemingway, Ginsberg y Wilde -y otros. Algunos tenían estudios distintos como Arthur Conan Doyle, que era doctor.

Ray sólo concluyó la prepa. Su formación fue totalmente autodidacta. Y tal vez por eso, su escritura es tan PURA. Con mayúsculas. No te recuerda a nadie, no huele a clásico medieval ni a la escuela de los beatnicks -fuchi- ni a nada de eso. Simplemente es Ray. Lees sus cuentos, sus novelas, y lo reconoces, como si se presentara y platicara de la forma más natural.

Nuestra plática siguió junto con su amigo Robert Bloch, en una antología conjunta de cuentos de terror. Rob también habla mucho, pero en su presencia Ray prefiere tocar temas de fantasmas, de brujas y de enterradores vengativos. No es mi tema favorito, pero ambos logran que me interese cada vez que nos volvemos a reunir.

Más tarde supe que también era guionista de cine -que como saben, es uno de mis sueños. De hecho, una de mis películas favoritas de la infancia (The Halloween Tree) es obra suya. Osea que desde mucho antes ya Ray y yo éramos amigos.

El 5 de junio de 2012, anunciaban en televisión que Ray había tomado el último cohete de regreso a Marte.
Mi corazón se partió en mil pedazos ese día. Luego me enteré que Marguerite McClure, su esposa, había partido antes que él, en 2003. Descubrí entonces que sólo había ido a alcanzarla, a su planeta natal.

El día de ayer (hace como dos horas en realidad) fue su cumpleaños terrícola. Como mala amiga, no lo recordé, pero como buena amiga, lo compenso hoy recordando con cariño nuestro primer encuentro exitoso, cuando decidí robarme un libro en el verano de 2011.

Feliz cumpleaños, Ray Douglas Bradbury. :)


La cita que encabeza esta publicación proviene de la entrevista Ray Bradbury: decálogo de un amante de la vida. 

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