Las musas tienen el calendario desfasado.
-¿Y cómo fue?
-Una estupidez-dijo el fantasma viejo.-Me enredé con las series que instalaba para este lugar y me electrocuté. Aún las usaban de bulbo en ese entonces.
El fantasma viejo no era tan viejo en realidad. Murió viejo, sí. pero hacía sólo unos treinta años. El fantasma joven, por el contrario, ya no era nada joven. En realidad, sus ropas delataban que en vida tal vez habría visto la ciudad surgir.
-Las que están justo ahí, ¿lo ves?-dijo el viejo, señalando el intricado adorno estilo candelabro que el centro comercial montaba todos los años para las fiestas.-El montaje se cayó y yo con él. El enredo evitó que me rompiera el cuello, pero lo hubiera preferido mil veces. Se siente como lenguas de fuego bajo la piel.
El fantasma joven se sacudió con horror.
-Qué suerte que en mi época no existía tal cosa-repuso, tirando de la pañoleta en su cuello- aunque tampoco era muy seguro tener que depender de velas y lámparas de aceite en las noches.
-¿Y a tí qué te pasó?
-Antes aquí había un convento-dijo el fantasma joven.-Busqué refugio, pero la tormenta y el hambre me alcanzaron antes de siquiera tocar la puerta. Para cuando alguien se dignó a abrirme, mi cuerpo yacía congelado en la escalinata. Yo ni siquiera nací en esta ciudad, ¿sabe? era un viajero en busca de fortuna, pero verá que no fui muy claro con la clase de fortuna que buscaba.
Los dos amigos se conocieron cuando en algún punto de octubre la administración del centro comercial pasó a manos de un latino que en noviembre puso un altar de muertos. Ahí, frente a la alfombra de pétalos anaranjados, el espectro viejo y el joven no solo se conocieron, también se dieron cuenta que no eran los únicos. Normalmente los muertos penan solos y esa misma pena les impide verse entre sí, pero gracias a tan amable casualidad, ambos al fin tuvieron con quien hablar.
-He oído decir-prosiguió el fantasma joven-que la médium del local 2-F es una de verdad. Será refrescante hablar con un vivo para variar, ¿no lo cree?
-Me muero por ver eso.
De camino al local pasaron frente al gran Árbol de Navidad con sus luces doradas y sus adornos de colores. Frente al mismo, sentado en un enorme sillón de terciopelo, el Santa de ese año posaba para un fotógrafo visiblemente cansado, rodeado de un grupo absurdamente grande de hermanos pequeños.
-¿Y ustedes creían en ese?-preguntó con sorna el fantasma viejo.
-Por supuesto... aunque lucía muy diferente en ese entonces. Mucho más elegante al menos.
-Meh.
-¿Usted no?
-Cuando era niño. Después me fue imposible.
-Sabe, siempre encontré encantador lo del carbón...
-¿Encantador?-rió sardónico el viejo.-Sólo un riquillo diría algo como eso.
-Al contrario, mi amigo, tuve poco en mi juventud -aclaró el fantasma joven, con una sonrisa jovial-pero siempre con amor. Con lo del carbón me refiero a su lado más poético. Lo veo como una muestra de amor duro, si usted quiere.
-Sigo sin entender.
-No se le puede premiar a un niño malcriado, pero si no se le da nada pensará que no es amado, y eso sólo empeorará lo que se quiere corregir. Es como decirle que puede hacerlo mejor.
-Pues a mí el panzón no me trajo ni eso. Eran pocas las veces que había regalos para mí y mis hermanos. Si hubiera tenido hijos... o tal vez me hubiera servido a mí-reflexionó el fantasma viejo, con una nota de pesadumbre-habría estudiado más y no me hubiera muerto siendo un vil instalador.
-No se menosprecie, amigo-dijo el fantasma joven, dándole una palmada en el hombro.-Todo trabajo honesto es digno, puede sentir orgullo de eso.
-Lo dices como si hablaras con alguien más que yo.
La médium del 2-F ya era una mujer mayor; tenía el local lleno de artefactos místicos y vacío de clientes, apestado de incienso y de otro par de hierbas que definitivamente no eran incienso. Los dos amigos al entrar vieron que estaba profundamente dormida frente a la bola de cristal.
-Increíble que estas supercherías sigan teniendo creyentes-dijo el fantasma joven con un dejo de desprecio.
-Pues aquí nos tienes, ¿no? Dime tú quién cree en fantasmas ahora-se burló el fantasma viejo, dando dos fuertes palmadas.-¡Oiga, vieja loca! ¡Despierte!
Toda ella cascabeleó con una violenta sacudida al despertar, tanto por las monedas que adornaban su ropa como por su exagerada joyería. Los fantasmas notaron también que la dama era ciega.
-Buenas noches...-dijo, tallándose los ojos.-Lamento hacerlos esperar.
-Tenemos todo el tiempo del mundo, señora-bromeó el fantasma joven. La mujer se levantó de su mullido sillón púrpura y apoyada con el mismo y un bastón, se dirigió a la trastienda, donde sobre un mueble de cocina con varios cajones que parecía caerse a pedazos había una parrilla encendida y una tetera.
-¿Gustan un té?-preguntó cortésmente.
-Mejor un Levantamuertos-dijo el fantasma viejo mientras su amigo contenía la risa.
-Si tiene un Vuelvealavida, estaré encantado.
La mujer rió encantada, tanteando en los cajones hasta encontrar una taza blanca y un par de vasitos de laca negra bastante curiosos, de aspecto oriental, junto con una segunda tetera más pequeña.
-Levantamuertos y Vuelvealavida, ¿no?-de un par de latas sirvió café en la taza blanca y un preparado de hierbas en la tetera pequeña.-Tengo algo parecido. No es lo mismo, pero sé que les gustará.
Los dos amigos se miraron incrédulos, pero con un gesto de suficiencia, después de todo habían encontrado lo que venían a buscar. La médium llevó a la mesa de sesiones una bandeja con la taza de café y el servicio oriental.
-Y díganme-preguntó, sirviendo la infusión desconocida en las tacitas de laca negra-¿qué los trajo por fin a verme?
-No me dirá que nos ha visto pasar-se burló el fantasma viejo.
-A mi manera-sonrió la mujer en su dirección.-Pueden tomar las tazas, veo que la duda los está matando.
Efectivamente, los espectros pudieron tomar los recipientes sin que se les escurrieran a través de las manos. Y no sólo eso, podían percibir el sabor de la infusión, a ratos amarga y a ratos dulce.
-No está mal-dijo el fantasma viejo-le falta whisky, pero no está mal.
-Ay, no sea quisquilloso-lo reprendió el fantasma joven.-Es la primera vez en tres décadas que logra probar algo, sólo disfrútelo.
-Si de verdad se quieren quedar a platicar-advirtió la médium-tómenlo lento. No querrán irse temprano, ¿o sí?
-No es como que tengamos otro lugar a dónde ir.
La médium sólo sonrió con benevolencia. Prácticamente no dijo nada en el resto de la tarde, sólo daba sorbos a su café y preguntaba cosas de vez en cuando. Mientras tanto, los dos amigos seguían platicando vivamente del pasado, de la nostalgia navideña, de lo mucho que los tiempos habían cambiado y de qué formas todo seguía igual. Ni siquiera advertían cuando la dama llenaba de nuevo las tacitas negras antes de que se vaciaran.
En algún punto, comenzaron a platicar de los seres amados que hasta entonces se habían guardado de mencionar; los que se fueron antes y los que -en el caso del fantasma viejo- aún quedaban. El fantasma joven añoraba con el corazón roto un amor del pasado, y el viejo recordaba con cariño a padres y hermanos.
-Me quedan un par de sobrinos, ¿sabes? vienen a veces a comprar a este lugar. Daría lo que fuera porque me pudieran ver... he visto que por esta fecha compran velas blancas en este local.
-Creo que los he visto, pero siempre vienen al final del día-dijo la médium-¿porqué no va a visitarlos?
-Señora, no sea insensible-la reprendió el fantasma joven.-¿No ve acaso nuestra situación? Estamos aquí atrapados, penando como coloquialmente se dice.
-La pena y la dicha están en el corazón-dijo ella-y ya que estamos, ustedes tampoco se han visto muy sensibles con mis circunstancias. Pero igual les agradezco la visita. Es una pena que haya durado tan poco.
Hasta entonces, los dos espectros notaron que sus tazas al fin estaban vacías. Miraron con curiosidad los restos en el fondo, pero ni una sola hoja lograron reconocer.
-Antes de irse-dijo por último la médium-deberían salir a ver la nieve. Debe estar hermosa esta noche.
Los dos amigos se despidieron de su anfitriona y al salir del local se encaminaron a la puerta principal del centro comercial, la única que jamás podían atravesar. Desde los altavoces se anunció que ya era hora de cerrar, seguido de un "Feliz Navidad" un tanto sobreactuado.
-Casi olvido que es hoy-dijo el fantasma viejo, mirando el reloj dorado sobre la puerta, decorado con guirnaldas. El de su muñeca quedó eternamente congelado con la hora de su muerte.
Afuera, la nieve era prístina, refulgiendo con los colores de las luces que iluminaban la fachada, y el viento helado la hacía bailar en gentiles remolinos. Era tan gruesa que los pies se hundían hasta el tobillo.
-La dama tenía razón-susurró embelesado el fantasma joven-la nieve se ve tan bella...
-¿Cómo puedes encontrar bonito lo mismo que te mató?
-Usted nunca se ha quejado de las luces, ¿me equivoco?
El fantasma viejo no pudo evitar sonreír. Era cierto, si de niño no se hubiera enamorado de las luces no se hubiera dedicado a ellas. La ironía de morir haciendo lo que uno ama.
En medio de las reflexiones del uno y el embelesamiento del otro, una sombra a caballo apareció frente a las puertas de cristal, ambos tan negros que ni el reflejo de la luz sobre la nieve lograba revelar su identidad, solo haciendo distinguible la oscura capa y el sombrero de terciopelo. La sombra se apeó frente a las puertas sin que se abrieran, como si no hubiera nada ahí, pero al verlo el fantasma joven quedó estupefacto, dirigiéndose sin más a la puerta.
-¿A dónde vas?-preguntó el fantasma viejo, quedándose mudo al ver que por primera vez, su amigo era capaz de pasar por el vidrio de la puerta como quien pasa bajo una cortina de agua, sin escucharle. Una vez afuera, el fantasma joven desapareció en la borrasca.
La gente pasó a su lado, saliendo con una premura proporcional a la cantidad de cajas y bolsas que cada quién llevaba entre manos. Por encima del barullo, una voz infantil se oyó mucho más clara que todas las demás:
-Mamá, ¿porqué siempre compras esas velas raras?
-Son para ponerle a la foto del tío, corazón-dijo una voz familiar-para que encuentre el camino a casa.
Los edificios frente al lujoso centro comercial habían desaparecido, pero este seguía ahí. Era la primera vez que el fantasma joven lograba ver la fachada que tan vívidamente le había descrito su amigo durante meses, adornada con figuras de ángeles dorados hechos con cableado de luz. Por la puerta del mismo vio salir al fantasma viejo, siguiendo a una familia que se dirigía a un coche plateado. Fuera de estos elementos, todo rastro de modernidad había desaparecido, y en su lugar el fantasma joven se vio rodeado del mismo oscuro y espeso bosque que lo había visto morir, con la nieve relumbrando bajo la luna fría y danzando con el viento a su alrededor.
Una voz dulce, pronunciando su nombre, lo devolvió a su realidad.
-¡Eres tú!-la figura oscura se quitó el sombrero, revelando un hermoso rostro que el fantasma joven no creyó volver a ver.-¡Al fin te encontré! ¡Siglos buscándote y al fin te encontré!
Al tiempo que el amado nombre que juró nunca olvidar brotaba de sus labios, el fantasma joven se arrojó a sus brazos, sintiendo como el sufrimiento y la pena se desprendía de su cuerpo como pesadas cadenas que se abrieran y cayeran.
El fantasma viejo lo vio subir al caballo negro junto con la otra figura, adentrándose en un bosque que el jamás había visto, hacia un punto de luz azul que guiaba un camino a lo desconocido.
-Feliz Navidad, amigo.-murmuró sonriendo, mirando por la ventana del coche plateado, sentado junto al sobrino nieto que ahora sabía, se llamaba igual que él.
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