Sosteniendo mi promesa de compensar por la falta de publicaciones, hoy entrego éste y otro cuento que escribí hace un año, ya reeditados. Éste viene con soundtrack, de parte de Subway to Sally.
Su naturaleza le exige destruir. Así nada más, no conoce otra forma de vida. Su cuerpo se compone de lo que esté cerca, de cualquier cosa que pueda arder con su contacto. Su respiración es oxígeno y gases. Su presencia tiene los efectos más extraños y distintos. En la indumentaria azul y naranja del butano es bienvenido, y hasta resulta necesario. Incluso se le invoca con el oloroso llamado de la pólvora. Pero cuando se presenta por sí mismo, en rojo y oro, enciende el odio y el miedo.
Su naturaleza le exige destruir. Así nada más, no conoce otra forma de vida. Su cuerpo se compone de lo que esté cerca, de cualquier cosa que pueda arder con su contacto. Su respiración es oxígeno y gases. Su presencia tiene los efectos más extraños y distintos. En la indumentaria azul y naranja del butano es bienvenido, y hasta resulta necesario. Incluso se le invoca con el oloroso llamado de la pólvora. Pero cuando se presenta por sí mismo, en rojo y oro, enciende el odio y el miedo.
Sin embargo, estos sentimientos son ajenos a su ser. Simplemente despierta, y aprovecha cada segundo de vida que le otorga su mezclada respiración.
Le encanta bailar, al compás de los vientos. Le encanta bailar con las sílfides, que lo mueven al ritmo de su capricho. Hoy bailan en los claros de un infortunado bosque. Ellas, las ninfas invisibles de susurros constantes, lo acompañan en su destructiva danza.
Hoy fue invocado por el descuido de unos cuantos, desde las brasas mal apagadas de una fogata. En los agonizantes carbones de color rubí, sintió la caricia fresca del viento, que le ha dicho "ven" y lo ha despertado de nuevo. Se alza altivo, en toda su dorada y aterradora belleza, y alimentándose de las ramas más cercanas y secas adquiere la fuerza suficiente para pararse a bailar una vez más.
Hoy fue invocado por el descuido de unos cuantos, desde las brasas mal apagadas de una fogata. En los agonizantes carbones de color rubí, sintió la caricia fresca del viento, que le ha dicho "ven" y lo ha despertado de nuevo. Se alza altivo, en toda su dorada y aterradora belleza, y alimentándose de las ramas más cercanas y secas adquiere la fuerza suficiente para pararse a bailar una vez más.
Los animales huyen de él, de su terrible y apasionado tango. Mientras las sílfides susurran su canción, los habitantes del bosque aúllan, trinan, gritan su nombre. Pero él continúa bailando, devorando todo a su paso.
Muy pronto, la mayor parte del bosque es sólo troncos renegridos y ceniza. En el aire flota el olor de la muerte, de maderas quemadas y savia hervida. Pero su baile sigue, imparable. Hasta que un pequeño mamífero, trepado a la copa de un abeto, percibe por fin el perfume de esperanza de la lluvia. Poco a poco, las gotas cristalinas van minándole el paso, mermando sus movimientos. Pronto, se ahoga, y no queda más que una columna de humo y un lodazal mezclado con las cenizas de los árboles.
Pero aunque muera esta vez, regresará a la vida. Reencarnará en otro sitio, en otro momento. Y de igual manera, su naturaleza destructiva lo hará reanudar su rutina, su danza salvaje y eterna...
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