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Imagen: Liz Climo |
No en vano, la música es el lenguaje universal. Puede hacer aflorar las emociones o expresarlas por nosotros. Es el acompañamiento ideal para casi todas las actividades humanas. Uno no imagina una fiesta sin música, es más, hasta en los velorios se puede uno consolar con la oración cantada.
Claro que también hay música que nos puede meter en un problema. Ésa que podemos llamar "La Canción Secreta".
Un ejemplo está en la salsa. La mayoría la baila, yo la escucho; y es impresionante la cantidad de letras que hablan de romances prohibidos y sufridos (17 años, Una aventura, y mi gusto culposo, Un montón de estrellas). La cumbia habla de engaños (cofcof Capullo y Sorullo cofcof Amor de mis amores cofcof) y los géneros propios del Norte mejor nos los saltamos. A menos que a un ser querido le guste muuuuucho cierta canción, lo mejor sería no dedicar algo como eso en el radio.
Eso sí, no falta quien se pueda identificar -en secreto- con alguna de las letras. O a quien identifiquemos, pero por amistad y cariño mejor no lo decimos.
Por otro lado, están esas canciones que no nos atrevemos a dedicar. Las que hablan de todo lo que sentimos por cierta persona, y no solo en plan romántico, sino también en plan de odio asesino. Una nos puede llevar a la vergüenza -o al siguiente paso, según el caso- y otra a una golpiza -no importa el caso.
Podemos dedicar a voz en cuello, por teléfono y en redes, toda una vida de canciones, pero ésa que guardamos con celo en nuestra mente, ésa que suena en el iMind (osea, el ipod mental) cada vez que pensamos o vemos a ÉSA persona, ésa es la que describe en un par de estrofas toda la historia, con todo y los finales alternativos que teje la fantasía. Por lo mismo, a veces es mejor que el otro no la escuche.
Por último, está esa Canción Secreta que no podemos oír. A veces porque duele, a veces simplemente porque la odiamos, y a veces porque nos mueve fibras que es mejor no expresar ni explicar, por que es de esa información que no debe caer en manos enemigas.
Es algo que puede afectar a nivel inconsciente, ya que la relacionamos sin querer con algún suceso que puede ir de lo bochornoso a lo lamentable; aunque no sepamos lo que diga, si nos ponemos a pensar en la sola melodía nos causa algo desagradable. Aún si olvidamos el suceso en sí, el cerebro guardará ese pequeño dato incómodo para hacernos rabiar, llorar o apagar el aparato al escucharla.
La Canción Secreta es algo muy personal, tanto que lo mejor es que no pase la barrera de los audífonos. Excepto en el caso romántico, es casi como tener una pistola con una sola bala: dispararla -dedicarla- es algo que es mejor no hacer, o hacerlo sólo en el momento correcto, ya que sólo hay un tiro seguro.
Finalizo disparando en la oscuridad dos de mis tiros.
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