El texto a continuación es una respuesta a una pregunta que se me hizo hace mucho tiempo: si yo fuera un hombre, ¿cómo sería?
El resultado es una mezcla de ver la película Trainspotting (lo que aguanté) y un disco entero de Joy Division (un Best of, no me juzguen) con el cual recomiendo leer este post.
"Me despierto con el bramido del ferrocarril, a pocos pasos de mi casa. A mi alrededor todo es un desastre: hay trastos sucios y ropa apestosa por donde sea, y el aire no es aire, sino humo de cigarro. Lo cual me recuerda que necesito uno, pero cuando reviso el bolsillo de mi pantalón no encuentro nada. Luego de buscar encuentro una cajetilla con una última existencia, debajo de mi cama. Con el cigarro entre los dientes, me preparo para ir a trabajar.
Es otro día pesado en la fundidora; mi jefe gritando, el calor a todo lo que da, mis compañeros armando bronca por lo que sea. Literalmente, es trabajar en el infierno. Cuando salgo, mi aspecto ennegrecido y el olor del fuego industrial impregnado en mi ropa reflejan al demonio que reside en mí, en mis compañeros, en toda la gente. Ese demonio de cara negra y ojos rojos que se oculta en lo más recóndito del alma, el diablo que nace a través del hombre y el cual se le enseña a no dejar salir. Lo que no te enseñan es que ese demonio es lo único que tienes, y que saber fraternizar con él es lo que te llevará realmente lejos.
Los diablos que salen de la fundidora comienzan planes para esa noche, y me uno a su aquelarre sin pensarlo mucho. Nuestras caras manchadas de hollín asustan a los que pasan a nuestro lado; un niño me señala y su madre lo aleja de mí con un tirón, diciéndole que de no estudiar acabará como yo…
¿Quién enseña a esas urracas que soy el símbolo de la ignorancia? Sé leer, sé escribir. Tal vez no perfectamente pero sé hacerlo. Y sé hacer otras cosas. No todas aceptables pero las sé. ¿Quién les dice que son perfectas? No son seres tan distintos de mí. También trabajan, también se ensucian, también tienen un diablo interno. Apuesto lo que sea a que ella se revuelca con un obrero sucio como yo, cuando su pequeño monstruo no la ve.
Llegamos hasta un bar, de donde mana a caudales el acorde anarquista de una banda punk. En el pasillo hay un espejo, donde miro mi cara sucia y sudada. Una versión avejentada de mí (sólo tengo 25) me devuelve la mirada. Es lo único mío que distingo; mis ojos. Derecho verde, izquierdo azul. Están enrojecidos, y lo seguirán estando pues saldré del local en la madrugada, al fin que mañana es domingo. Froto mi cara con la manga de la chaqueta para estar “presentable”, hoy no quiero irme solo a casa.
La música invade cada centímetro del bar. Retumba y se fusiona con cada átomo de los presentes. Las letras de crítica y rebelión muerden con fuerza mi conciencia de obrero, podría salir de mi condición si quisiera, si me levantara. Una chica salta y baila cerca de mí, luciéndose como un pavo real. Pero me resulta vulgar, y me alejo hacia la barra junto a mis compañeros. Todos tienen una cerveza y uno de ellos me acerca un tarro lleno, sólo para mí. Mientras bebo, el grupo se disuelve: unos se paran a bailar con la música en vivo y otros son engatusados por las mujeres del lugar. Algunas parecen brujas, con todo ese rojo en la boca y la plasta de maquillaje sudado, resistiéndose a caerse de sus adormilados ojos. Sólo una me parece bella, pero nada más.
El que se queda solo conmigo está tan perdido que comienza a gritar y escupirme. Salimos por la puerta de atrás y luego de insultarnos, los demonios miden fuerzas con nuestros puños. Patadas y golpes, sangre y unos cuantos dientes (suyos) salen volando. Cuando termina todo, lo dejo sangrando y lamentándose; sus sollozos me siguen hasta que vuelvo a entrar al local.
Finalmente, diviso en una mesa arrinconada lo que busco. Sus ojos de cueva oscura me ven acercarme, y con su mano fina pide dos cervezas. La segunda es para mí, y bebemos sin decir palabra. Ha visto en mí a un demonio similar al suyo, aunque su aspecto en definitiva es más limpio que el mío.
Sin avisar a nadie, salimos del bar, camino al subterráneo. Llegamos a mi casa y sólo cerrar la puerta, los diablos emergen, desgarrando mis ropas y las suyas…
Antes del amanecer, despierto para encontrar otro cuerpo en mi cama. Toda su piel presenta arañazos y golpes, pero respira y su cara muestra paz. Abre los ojos y me mira. Su demonio me mira desde las cavernas oscuras de su iris. Y me da a entender que, por un tiempo, no podré dejarlo ir. Ni a él, ni a su habitante oscuro".