jueves, 24 de octubre de 2024

A.

Te hice daño.

Te prometí valor y en su lugar te di excusa tras excusa.

Te prometí estar y no lo hice.

Te prometí responder y te dejé esperando.

Era tan feliz a tu lado pero sin dar a cambio lo correcto.

Mi soledad ya no pesaba tanto porque comencé a apoyarla sobre tus hombros.

Fui egoísta y tomé todo de ti.

Ahora mi corazón vaga por las calles gélidas.

Asomándose a tu puerta pero con miedo de tocar.

Suplicándote perdón desde el silencio más cobarde y patético.

Soy un fantasma medio vivo.

Un vivo medio muerto.

Con hambre.

Con sueño.

Con hambre de besos.

Cazando el sueño porque sólo ahí tus brazos aún se abren para mí.

Mirando de lejos como un flaco pajarillo,

Esperando la migaja de amor que se caiga,

Para volver a probar el dulce de tu cariño.

lunes, 19 de agosto de 2024

Dark Romance


-... lo siento... lo siento... lo siento...

El susurro se repetía una y otra vez, junto con un extraño sonido terroso. Al principio pensó que soñaba, pero conforme los ruidos se acercaban a él fue consciente de dos cosas: la primera, que él no había soñado ni estando vivo, y la segunda, que el susurro venía de afuera. Y de arriba. 

-... lo siento... lo siento...

Una voz de mujer, quebrada de llanto y desesperada, pero fuera de ese único y lastimero mantra y del cada vez más claro sonido de una pala moviendo tierra, no parecía que hubiera alguien más. Aparte de él, por supuesto, y a saber cuánto tiempo llevaba ahí. 

Un golpe metálico hizo vibrar la tapa de su cajón, seguido de piedritas cayendo sobre la madera podrída y la voz alejándose, indicando que ella había salido del hueco cavado; con eso decidió que era el momento perfecto para salir, saludar y tal vez hasta cenar. La tapa era tan vieja que se partió en pedazos en cuanto la empujó para salir, dándole más o menos una idea de cuánto tiempo llevaba metido ahí. Nada mal para un sueño reparador, además de que probablemente quienes lo habían metido ahí en primer lugar ya estaban muertos y no volverían a molestarlo. Se estiró, se puso de pie y se sacudió la ropa, que por desgracia no resistió tan bien como él las condiciones bajo tierra. 

Eso lo molestó bastante, primero muerto que presentarse ante una dama con esas fa... bueno ya qué.

El cielo nocturno le sonrió en constelaciones, y el ulular del viento le dio la bienvenida al decadente cementerio familiar, en una alta colina. Desde ahí vio a lo lejos el paisaje de la ciudad, por supuesto muy diferente y mucho más brillante de lo que recordaba, pero seguía ahí, fiel como Caronte al Estigia. Salió de la tumba impulsándose de un tirón y siguió inspeccionando con la mirada el lugar, iluminado sólo por la gentileza de la luna, pero antes de encontrar lo que buscaba, un grito de horror y el tumulto de una caída lo hicieron voltear con tal violencia que su cuello dio un crujido para finalmente encontrarla. ¡Vaya si los tiempos eran otros! Llevaba pantalones de una tela gruesa que jamás había visto, y unos zapatos de interesante estructura que supuso originalmente blancos, pero que ahora estaban cubiertos de tierra como ella. Era flaca como un dedo, había caído de sentón sobre el pasto, el largo pelo le cubría parcialmente la cara y aparte del tremor que la recorría visiblemente, no parecía que se fuera a mover de su lugar. La pala, que ella buscaba con la mirada, estaba a los pies de él. 

-Buenas noches- saludó con cortesía y una inclinación, aunque sintiendo la garganta pastosa por falta de uso.-Un poco tarde para hacer jardinería, ¿no lo cree?

Ella no contestó, y él no esperaba respuesta. En todo caso, no sabría como sostener la conversación sin que se volviera incómodo, pero igual le dedicó una sonrisa leve, si la asustaba más la sangre se amargaría, y la de ella tenía un aroma demasiado dulce y apetitoso para echarlo a perder de esa forma.

Al menos hasta que le llegó el otro olor a sangre, y la sonrisa se le borró por completo. Un olor fermentado y asqueroso, medio diluido en alcohol pero no lo suficiente para pasar desapercibido, que venía de un bulto envuelto en una sábana detrás de ella. Los detalles de la escena se le revelaron como las estrellas al disiparse las nubes: el camino de pasto aplastado por el que lo arrastró, el ojo morado que el cabello no cubría, el labio hinchado y partido,  las mejillas sucias de llanto sin limpiar, la sangre en su ropa. Si ella ya estaba aterrada, era el turno de él de palidecer de horror. 

-...perdón, señorita-dijo por fin.-Debí darme cuenta que necesita ayuda.

En cuanto él dio un paso hacia ella, su primer instinto fue hacerse un ovillo y cubrirse con los brazos de un golpe que jamás llegó. Por el contrario, escuchó la hierba crujir bajo sus pasos y los ruidos sordos de una carga siendo levantada. Se asomó para verlo echarse el bulto al hombro como si fuera un saco de harina y llevarlo al hueco de la tumba recién cavada para tirarlo ahí sin ceremonia alguna. Ella se arrastró hacia la pala, y usándola para impulsarse se puso de pie.

-Lástima, era un lecho muy cómodo- suspiró con más drama que pena, quitándose el chaleco manchado de sesos escurridos y limpiándose el resto de la ropa antes de tirarlo dentro también. -Espero que haya estado disculpándose conmigo y no con esa... rata en formol, que claramente se merecía lo que le pasó.

-... t-tú... ¿m-me... me es... c-cuchaste?

Si era posible, la voz de ella sonó aún más baja, tanto que por poco no la oyó. Sostenía la pala con tanta fuerza que sus dedos quemados de cigarrillo se le habían puesto blancos, pese a que seguía temblando parecía lista para asestarle un golpe en cuanto se le acercara. 

-Fue lo que me despertó, a partir de cierta edad uno se hace más sensible a todo -explicó estirando una mano hacia ella, quien retrocedió por reflejo con un chillido y en lugar de golpearlo adoptó una postura defensiva- ¿me permite la pala, señorita?

Sus ojos se posaron en aquella mano pálida, con uñas tan largas y afiladas como las garras de un halcón. No se movió de su lugar, pero relajó de a poco su agarre sobre la pala hasta que él la tomó con suavidad y se alejó para empezar a rellenar la tumba. El frío de la madrugada le traspasó el suéter, se abrazó en busca de calor y se sentó sobre la lápida más cercana, vigilándolo atentamente. Era flaco y escuálido, lo que no se correspondía con su fuerza, su ropa estaba hecha jirones y su pelo largo, sucio y enmarañado junto con sus afiladas uñas le daban un aspecto bestial, junto con sus ojos hundidos y refulgentes. Olía a tierra mojada y madera mohosa, pero ¿quién era ella para juzgar?

-...¿p-porqué me ayudas?-de a poco su voz recobraba volumen, aunque sin perder la nota de miedo y precaución.-¿n-no-no vas... a matar...me?

-Lo haría, me muero de hambre- se detuvo un momento para mirarla a los ojos y dedicarle una sonrisa franca y tan amable como se lo permitieron los colmillos- pero no soy un salvaje. Jamás lastimaría a una dama que necesitara mi ayuda tanto como usted esta noche. Y temo que en este punto su sangre ya está muy amarga para mi gusto.

Al terminar, se guardó algunos puñados de tierra en cada bolsillo que le quedaba entero. Sacudiéndose las manos volvíó a buscar con la mirada en la lejanía, pero al dar al fin con lo que buscaba, el corazón se le hundió tanto como los ojos. Siguiendo su mirada repentinamente apagada, ella vio por fin el casco de ruinas de lo que alguna vez fue una gran mansión. La hiedra, el tiempo y tal vez los saqueos la habían reducido a unas cuantas paredes sin techo. De alguna manera, ver el desamparo en su rostro le permitió por fin sentir algo más que aprensión:

-...debió ser... una casa hermosa- susurró suavemente.

-Sabía que pasaría, solo... no sabía que fuera a doler tanto -suspiró hondo para contener la tristeza y dedicarle otra sonrisa. - Esperaba invitarla a pasar, pero verá que ya no es posible. Si me disculpa, temo que aquí es donde nos separamos.

Se despidió con una reverencia y se dio media vuelta, pero antes de dar un paso sintió un leve, casi imperceptible tirón en la manga. El olor amargo de su sangre poco a poco se disipaba.

-...sabes... mi pareja no llegará a casa hoy... pero tal vez sus amigos... se mueran por conocerte y... 

El volteó a verla, enarcando una ceja entre la diversión y la sorpresa.

-Señorita... ¿acaso acaba usted de invitarme a cenar?

-Es-es posible... -farfulló, un furioso sonrojo cubriendo su rostro- ...los tiempos cambian, ¿sabes? 

Él soltó una carcajada que resonó en la oscuridad, antes de ofrecerle su brazo y marcharse del panteón tranquilamente. 

Y hay quien dice que la caballerosidad ha muerto.


viernes, 17 de mayo de 2024

Daño colateral

 Meridienne tiene un padre. Y Dios sabe cuánto quisiera que no fuera así

La idea detrás de mi pequeña sirena, y de muchos de los textos en este blog, surgió de la misma razón por la que no he podido terminar la bilogía desde hace cuatro años. Ustedes saben que soy una romántica insufrible que caza finales felices, y siempre lo seré, pero a veces en la persecución del romance insistimos tanto en correr con una venda en los ojos que cuando al fin nos la arrancan  vemos que apenas nos queda carne en los huesos, y quien corría a nuestro lado resultó ser el depredador mordisqueando todo de nosotros.

No digo que el amor no exista, por dios, esa es la mentira más terrible y debilitante que uno pueda creer. Y menos ahora que por fin estoy en una relación estable y maravillosa, desde hace dos años y medio. Pero es ahora que he probado lo que es un amor bueno que descubro y puedo poner en palabras todo el abuso que sufrí por ocho años.

Al "padre" de mi niña marina lo conocí en la carrera. Primero fue mi amigo, en ese entonces yo salía con otra persona (Límites) y él también, así que no hubo sentimientos hasta un año después de conocernos. 

Míos, por supuesto. Si los suyos eran reales ya no importa.

Me confesé un 11 de octubre, después de que comenzamos a hablar y conocernos. Los meses de conversaciones previas a ese día fueron algo que para bien o para mal recuerdo casi al detalle, porque fue la primera vez en mucho tiempo que alguien me hacía sentir escuchada e importante fuera de mi círculo íntimo. Concretamente alguien del sexo opuesto, pues para entonces mi pareja ya no sentía la necesidad de fingir interés en algo que no fuera su siguiente dosis (lo terminé antes dé). Sin entrar en detalles me dijo algo peor que un no: un sí, pero.

Sí, yo también te quiero, pero me voy del país en unos meses y solo podría darte algo casual.

Y yo acepté.

Aclaremos una cosa; que tú aceptes un tipo de relación (formal, casual, poliamorosa, etc) NO IMPLICA NUNCA ACEPTAR MALTRATO. De ninguna forma. Ni golpes, ni gritos, ni groserías, ni manipulación ni plantones, ni siquiera encuentros sexuales de aceptación dudosa (si no dices que no, no por eso estás diciendo que sí) Y otra cosa: los "amigos con derechos" NO EXISTEN. O son o no son, punto.

Yo acepté un mientras nos dure, porque de verdad estaba profundamente enamorada de la persona que conocí en la carrera. Del hombre alto, guapo y sonriente que me escuchaba, me apoyaba en momentos difíciles y dibujaba cadáveres exquisitos conmigo (y sí, la verdad sí me duele haber perdido ese dibujo). Porque pensé que tarde o temprano me ganaría su corazón sin condición. Porque estaba dispuesta a ir con él a la otra punta del universo. Porque creía firmemente en la cábala de los 9 años que llevó a mi padre y a mi abuelo a conocer a los amores de sus vidas. La Skjadmö por fin tenía un amor por el cual pelear a muerte y vencer.

Nunca se me ocurrió que peleaba en nombre de mi peor enemigo.

Para él, ese mientras nos dure significó que podía hacer conmigo lo que quisiera. Y en ese entonces no se sabía tanto como ahora de los diferentes tipos de violencia que existen, así que dábamos por hecho muchas cosas. Por ejemplo, sólo creíamos que la violencia son insultos y golpes. Así que yo no sabía que lo que él hacía era violencia. 

A partir de esa confesión, toda la "relación" fue por mensaje, aunque no se fue del país hasta seis años después en los que no dejó de recordarme que lo haría. El poco contacto que tuvimos era sexual, o vernos en puntos neutros por minutos porque él necesitaba un favor, o dinero. Y los encuentros sexuales eran donde, cuando y cuanto él quisiera (que igual podían ser minutos), y si no podía ir, yo debía compensarlo a él con fantasías escritas y otras cosas. Primero lo pedía, luego lo empezó a exigir. 

Y yo tenía tanto miedo de perder al hombre del que yo me enamoré, y estaba tan segura que volvería, que accedí.

Mientras tanto, el volvía y cortaba con su ex. Y salía formalmente con otras. Y como todos los fotógrafos, se revolcaba con muchas otras. Y me lo restregaba en la cara, porque éramos algo casual.

Yo lo amaba, pero la sola mención de mis sentimientos era pisar una mina, porque eso le confería una responsabilidad como ser humano que no estaba dispuesto a tomar. Así que de a poco dejé de decírselo y empecé a escribirlo aquí, y armar listas con canciones que le enviaba o que hubiera querido que él me dedicara. Creativamente dio frutos interesantes y recompensas. La Epístola llegó lejos, incluso ganó un premio a nivel local. La leyó todo el mundo, excepto él. Pronto ese amor se convirtió en una sirena blanca que amo como a una hija de carne y hueso, pero a cuya historia no puedo dar un cierre por más que lo intento. 

Mientras, mis amigos y familiares (a quienes nunca quiso conocer o con los que se llevaba fatal) trataban de hacerme entrar en razón, pero yo solo me alejaba más. Mi mente se hundía en la ansiedad y el pánico por otras razones, pero el no poder contar con él lo hacía aún peor. No porque no se lo dijera, sino porque al hacerlo el siempre tenía un problema "peor" para comparar y entonces por mal que estuviera sentía que era yo quien debía estar para él. Comenzó a provocar peleas de la nada y dejarme hecha un mar de llanto por meses. MESES. Y era como si oliera que ya estaba por hartarme y dejarlo, porque siempre volvía en el momento justo, y nunca con una disculpa, sino con un "¿ya acabaste tu berrinche?". 

Y de nuevo comenzaba ese ciclo enfermo de mensajes tiernos, luego subidos de tono, luego exigentes y en el momento menos esperado, crueles. En algún punto escribí en un lugar que me había enamorado del diablo y le había vendido mi alma por su amor, pero como dijo Bram Stoker, Dios no compra almas y el diablo es un negociante tramposo. Recibía balas por él sólo para que me apuñalara en cuanto volteaba para saber si estaba bien. 

Fueron años de dar todo y vivir de migajas. Literalmente. No importaba cuan desgraciado hubiera sido, si en algún punto me decía algo lindo o nos veíamos lo suficiente para que me diera una muestra de cariño mínima y no relacionada con coger, eso me bastaba para sentir el corazón lleno por semanas, o hasta que decidiera estar enojado por nada y volverme a tirar en el suelo. 

Las peleas y exigencias por mensaje derivaron en pesadillas. Me mandaba al diablo por mensaje, me contestaba otra mujer, me llamaban para decirme que le había pasado algo por mi culpa. A raíz de eso, tengo muchas dificultades para contestar mensajes. Le tenía tanto miedo a lo impredecible que era que ya no quería que me viera conectada, así que no le contestaba a nadie hasta no estar segura de que él estaría ocupado y no me respondería de inmediato -o me presionaría para contestar.

Tuve que suplicarle que se despidiera de mí cuando por fin se largó. Fue la última vez que me abrazó, y el único beso que no tuve que robarle. En retrospectiva, fue la única vez que me sentí genuinamente amada por él. Esa y una navidad a inicios de este circo. De nuevo, poco más de unos minutos. 

Y eso fue el principio del fin. Con la diferencia de horarios ya no me encontraba, así que lo que tuviera que decir lo podía contestar cuando yo quisiera. Volvieron las conversaciones tiernas, pero también estas dejaron de ofrecer el alimento que mi alma tanto necesitaba, y deje de depender de ellas. Un día le conté que soñé que nos visitábamos el uno al otro, pero nos cruzábamos en el camino, porque me pareció un sueño tierno y aún ahorraba para ir con él. 

¿Su respuesta? Yo no pienso volver a menos que sea importante.

Y nunca más le contesté otra palabra. Eso fue un año antes de cumplir los 9 años. 

Volví a arreglarme, a salir. Conocí a un hombre que en el corto mes que nos vimos me trató con todo el cariño y respeto que no tuve en ocho años. Y nos soltamos pronto y con tranquilidad, porque ambos sabíamos que éramos un bonito momento en la vida del otro.

Y luego entré a un trabajo que odiaba, donde un hombre alto, guapo y sonriente que no es asiduo a la lectura se compró un libro sólo porque yo lo estaba leyendo para que tuviéramos de qué conversar, y con el que con mucho esfuerzo y cariño cumpliremos tres años en septiembre. 

Esto surgió de conversar con una amiga, por preguntarle a ella como estuvo su día. Sólo ahora pude poner en palabras todo lo que al parecer aún arrastraba. O arrastro. Sanar heridas de abuso es un trabajo constante, tanto que algunos arrastran ese dolor varias vidas después. Sí discuto con mi familia, pero ya no me siento en combate como antes. No sé si estoy bien, pero sí sé que estoy mejor.

Y eso está bien.

Grettel

  - ¿Estás herido, terroncito? Sosteniendo una linterna de las antiguas de aceite y envuelta en un chal de color rosa, la mujer que se hab...