La siguiente entrada se publicó originalmente el 1° de mayo de 2019. Por cuestiones de reedición, sólo se mantendrán en el blog este y el primer capítulo de Meridienne.
Hay motivos muy poderosos por los que la conclusión y reedición de esta novela corta se tomó más de tres años, motivos que honestamente no quiero explicar pero que se resumen en la súbita y devastadora -pero necesaria- pérdida de mi fuente de inspiración original.
Recomendación musical:
*Mumford & Sons - Hopeless Wanderer
*Rag 'n' Bone Man - Skin
PRÓLOGO
Lo llamaban Amazimu*, y él abrazó el nombre porque era mejor que llamarse "blanco". Los demás esclavos no cruzaban palabra con él, pero siempre terminaban acudiendo a su choza para recibir atención a sus heridas, casi siempre berrinche de los amos. Y Amazimu los ayudaba sin pensarlo dos veces, con una sonrisa y sólo pidiendo a cambio algún favor pequeño o un manojo de hierbas curativas para reponer lo utilizado. Los que le temían menos le traían comida. Pero más no se acercaban, una cosa era estar en buenos términos y otra ser amigo de un "espectro" que sólo salía al atardecer para pescar y que al sol de mediodía se caía a pedazos.
Los amos fingían que no existía. Dada su condición albina, no podían venderlo para trabajo de campo, pero venderlo para ser criado de casa tampoco había resultado, porque su aspecto incomodaba. De hecho, sólo entraba a la casa cuando querían mostrarlo a los invitados a modo de entretenimiento, hablando de él como el "exótico vampiro africano" que había nacido en la finca, llevándose al nacer y sin querer la vida de su madre. Su conocimiento de curación lo debía a la partera que lo cuidó desde entonces y hasta su muerte, pero de esto sólo sabían los demás esclavos, a quienes a final de cuentas les convenía que se quedara; lo habrían escondido en sus chozas con tal de no quedarse sin su único curandero.
Al menos hasta que hubo que revelar el secreto.
Una madrugada de abril, uno de los niños que trabajaba en la cocina de la finca llegó corriendo a la choza de Amazimu, suplicándole que lo acompañara. Una de las hijas de los patrones, a la que no se le había visto en meses, se moría por un embarazo mal atendido que estaba por terminar esa misma noche, dos meses antes de lo debido. Y con la partera de la finca fallecida y sin un médico cerca, al joven esclavo no le quedó más que delatar al curandero. A Amazimu esto le tenía sin cuidado, de inmediato cargó un morralito con lo necesario y siguió al niño de vuelta en la noche iluminada por el plenilunio.
Ni siquiera preguntó nada ni esperó órdenes, nada más llegar, el curandero subió directamente a la habitación de la señora, la única en la familia que trataba con respeto a los trabajadores, incluyéndole. Se había fugado con un hombre de condición inferior, que aunque no pudiera ofrecerle lujo le ofreció su corazón como no lo hizo ninguno de sus pretendientes ricos. Desgraciadamente, el hombre había muerto meses antes, y aunque los patrones admitieron de vuelta a su hija, la vergüenza que les provocaba su difunto esposo les pudo más, y la encerraron en sus habitaciones de la finca sin más atención que la de una única doncella demasiado joven para saber tratar a una embarazada.
Ahora, la joven se moría entre dolores de parto, bajo la mal disimilada mirada curiosa de los criados inútiles y la expresión de arrepentimiento tardío de sus familiares, sacando de sus casillas al apacible Amazimu, quien ordenó a todos salir de la casa inmediatamente, dejando entrar sólo a la doncella que ya la había acompañado durante aquellos meses de dolor y cuya angustia era la única fidedigna entre los habitantes de la casa.
Supo al ver a la señora que no viviría, y su corazón dolió como si fuera su propia hija. Le dio un preparado de hierbas para mitigar el dolor, mientras le cantaba un arrullo de los esclavos y la doncella le tomaba las manos para tranquilizarla. La joven sabía también que moriría, pero por primera vez en meses, se sintió en paz, y sabía que en manos del curandero su hijo nacería a salvo.
Al filo del amanecer, con el último suspiro sacrificial de la señora, el llanto del primer varón de la familia en muchos años rasgó el aire.
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Hermann Eschke,Torre de Martello en la costa de Leith en Edimburgo (1896) |
*Amazimu: Espíritu africano de la mitología bantú. Según su leyenda, sería una especie de demonio albino, antropófago y dotado de magia oscura.
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