Su vuelo es ligero, tan suave que el viento ni siquiera hace crujir su ropa. Su tamaño es pequeño, su apariencia eterna, pero su edad siguió contando y corriendo. En algún momento, aquella que se presentó ante él como su hada madrina y lo llevó a su fantástico país, le soltó la mano mucho antes que estuviera listo para el mundo fuera de él, y había desaparecido. Algunos decían que lo había abandonado, otros que había sido eliminada.
Pero lo único en lo que siempre hubo un acuerdo común era que por las noches, al aparecer la segunda estrella, puertas y ventanas deben estar cerradas, porque dependiendo de su humor pueden volverse peligrosas. En ocasiones se contenta con escuchar cuentos y nanas desde las ventanas, finalmente nunca dejará de ser un niño. En cuanto terminan y escucha la respiración pesada de los durmientes, toma lo que necesita y se va sin causar más daño, o al menos eso parece. Cuando se siente solo, es cuando se vuelve peligroso.
Lo que no te cuentan es que esos niños nunca se pierden, pero nadie le cree a los que lo ven. Ni siquiera cuando por la mañana aparecen los cuerpos de los padres o las niñeras, secos y con la misma inconfundible expresión de horror. Quienes han visto su ataque dicen que primero envía a su Sombra -porque esta puede escapar, eso sí es cierto- a que se coma toda la luz en la casa, y para cuando la devuelve, ya es muy tarde, y las camas y las cunas amanecen vacías. Hay quien años después jura haber encontrado a alguno de esos niños, vagando de noche por las calles y los tejados, hay quienes juran verlos volando bajo la luna. Pero quien habla de esos encuentros lo hace con horror, asegurando que por más años que pasen, esos niños no envejecen ni un solo día, y se mantienen tan jóvenes como la noche en que desaparecieron. Si te invitan a jugar, huye.
Lo que no te cuentan es que esos niños nunca se pierden, pero nadie le cree a los que lo ven. Ni siquiera cuando por la mañana aparecen los cuerpos de los padres o las niñeras, secos y con la misma inconfundible expresión de horror. Quienes han visto su ataque dicen que primero envía a su Sombra -porque esta puede escapar, eso sí es cierto- a que se coma toda la luz en la casa, y para cuando la devuelve, ya es muy tarde, y las camas y las cunas amanecen vacías. Hay quien años después jura haber encontrado a alguno de esos niños, vagando de noche por las calles y los tejados, hay quienes juran verlos volando bajo la luna. Pero quien habla de esos encuentros lo hace con horror, asegurando que por más años que pasen, esos niños no envejecen ni un solo día, y se mantienen tan jóvenes como la noche en que desaparecieron. Si te invitan a jugar, huye.

Cada tanto, sin embargo, su detenido corazón sufre espasmos similares a un latido. En sus violentos allanamientos suele llevarse varones, pero cuando esto pasa, es porque ha decidido llevarse a una niña, y el método cambia, aunque nadie sabe en qué consiste. La Sombra permanece a su lado, las luces se quedan igual, y la tranquilidad reina como cualquier otra noche en la casa de las familias, hasta que la elegida sale volando de su mano, con tanta confianza que asusta, y nunca más se la vuelve a ver. Si se las lleva o no al país fantástico, o si este siquiera existe, tampoco se sabe aún. Pero las familias de esas hijas no vuelven a ser las mismas, y los hijos que se quedan atrás se vuelven sobreprotegidos, y son encerrados de los peligros del mundo, lo que sólo los vuelve más tentadores y en cuanto pueden salir del encierro se dejan arrastrar por ellos.
El padre de una de las elegidas era capitán de un navío. Sus hijos menores escaparon con vida de él, pero de su hija mayor, su tesoro y favorita, nunca volvió a saber, y desde entonces y hasta el misterioso final de su vida le persiguió por mar y tierra, buscando su país. La mayoría piensa que el marinero fue vencido por él, otros juran haber visto el barco surcar las olas o los cielos, en descorazonada venganza. Los hermanos menores eligieron fingir que ella había muerto joven, o se había fugado con un amor, dependiendo de a cual de los dos se le preguntara, aunque ninguno estuviera tan lejos de la posible verdad.
Y así, las noches se vuelven ciclos lunares, los ciclos se vuelven años, los años siguen corriendo. Y su vuelo suave de fantasma sigue surcando los cielos, aguzando el oído en pos de las historias. Aguzando el olfato y la sed en pos de la sangre joven, buscando ventanas abiertas para proyectar su siniestra e infantil Sombra. Un vuelo que parece libre, pero que es símbolo de eterna condena, y que no podrá parar Nunca Jamás.