sábado, 4 de junio de 2016

Tecnozombie

Los que teorizan en internet con miles de inicios del apocalipsis zombie, me provocan risa y hasta lástima. No se han dado cuenta de que ya lo vivimos, y que ellos fueron los primeros infectados, desde el momento que publicaron sus teorías en el muro del Face. 

Detesto Twitter. No tengo Instagram y Tinder es para desesperadas. Las iPad son bastante anti-higiénicas (de modo que me resisto totalmente a tener una) La nueva moda de usar emojis hasta por debajo de la lengua me resulta ULTRAcorriente. Y es absurdo que tengamos una aplicación para todo. 

Si bien me reconozco como una ermitaña, tampoco estoy totalmente en contra del trato con otros seres humanos... a diferencia del resto de los seres humanos. Hemos convertido a la tecnología en nuestro cerebro y a nuestro cerebro en...  ese es el problema, ni siquiera sabemos en qué lo usamos ahora. Probablemente en un piloto automático, rara vez veo gente en la calle que no va mirando el celular. Incluso en casa, es difícil no mirar una pantalla mientras hablas (?) con otra persona. Incluso a nosotros, los chapados a la antigua, se nos ha hecho muy difícil no caer en la tentación.

Tenemos tecnología mucho más inteligente que la mayoría de sus usuarios, eso no es nuevo. Hablamos con todo el mundo vía whatsapp, pero ya no somos capaces de articular palabra ante una persona real. La verdad es que no sabemos cómo se ve realmente una persona desde que existen los filtros y retoques. Sin mover un sólo músculo facial copiamos miles de expresiones en nuestros mensajes, todas hechas en la carilla esa que siempre tiene ictericia.

La privacidad se convirtió en una ilusión, y creemos que por espiar las redes de una persona ya la conocemos, de modo que cuando alguien "dominado" publica algo fuera del patrón que ya ubicamos, lo tomamos como indirecta/tragedia/insulto. Y es fácil perder el respeto y saltarse las reglas, ahora que ya todo se 'soluciona' con un click.

Allen Ginsberg vio a las mejores mentes de su generación destruidas por la locura. Yo he visto a las jóvenes mentes de la futura generación enajenadas por las redes. Hace años que no veo niños jugando afuera hasta el cansancio; y cuando los he visto es porque se les acabó la batería a los celulares y pantallas que ni siquiera necesitan en realidad. Y ahora hasta pueden recibir abuso a distancia de cualquier bravucón, ya no están a salvo. Buena parte de las parejas que conozco se conocieron por aplicaciones y redes sociales, y aún así no se conocen en lo más mínimo. Pocas conversaciones a mi alrededor excluyen la exhibición de algo en la pantalla de un celular. Cuando escribo se me olvidan muchas palabras, y hasta me he sorprendido errando cálculos mentales sencillos, como el costo del pasaje.

Es tan sencillo volverse famoso, que ya ni siquiera es necesario crear para alcanzar la fama. Lo ya conocido tiene ecos y más ecos que rebotan hasta los confines de lo absurdo, regresando un sonido distorsionado que ya cansa y nadie quiere oír. Cualquier cosa es arte, aunque carezca de técnica, esfuerzo, talento.

Así mismo, ninguna causa sobrevive. Tarda más en germinar que en perder el sentido de su existencia, la lucha de hoy será la burla de mañana. O de los siguientes 20 minutos. La masacre de los 43 se convierte en un meme de mal gusto; las bombas en el Medio Oriente se convierten en una rutina de chistes de un ventrílocuo; el feminismo se torna en un grito de guerra pseudo-amazónico, de mujeres brutas que usan el movimiento para atacar a otras mujeres, y hacer que pierdan todo aquello por lo que por tantos años se luchó.

En las redes nada merece seriedad, y pedir ayuda es un arma de dos filos. Las relaciones humanas están cifradas en códigos alfanuméricos. La libertad de expresión es todo menos libre, y aun así, hay tanta información tan fácil ya de conseguir, que tal vez por esa misma razón nos negamos rotundamente a consultarla -los humanos somos tan extraños...

< Este cómic compara los "futuros" ilustrados por Aldous Huxley (Un Mundo Feliz) y George Orwell (1984) y a su vez resume la premisa de un libro de Neil Postman (Amusing Ourselves to Death: Public Discourse in the Age of Show Business)

Ambos libros presentan las desoladoras visiones del futuro de ambos autores, ambas tan lejanas en aquel entonces, que se volvieron predicciones. Aunque Postman se inclina más hacia el futuro de Huxley, yo estoy totalmente segura de que vivimos en una monstruosa mezcla perfecta de los dos, y agregaría como tercer profeta al viejo Ray y sus 451°F. Con la excepción de que no hemos llegado a la parte de quemar libros (aún) vivimos en casas donde las paredes son pantallas, de las que nos servimos soma visual, y en las que hablamos #neolengua.

Y ahora además, ni pensar en relaciones afectuosas de verdad -volviendo al tema original. Una amistad de años puede arruinarse en 140 caracteres. Si una relación no está anunciada con bombo y platillo en Facebook, dicha relación simplemente no existe. Es fácil inventar un alterego con fotos robadas y lograr que reciba la atención y adoración de un dios. Nos valemos de ese mismo 'anonimato' para violentar a otro aunque no esté cerca de nosotros. Fotografiamos la tragedia en vez de ayudar a resolverla. Y todos se ofenden con facilidad, aunque no sepan ni porqué ni para quién iba la pedrada.

Somos zombies, caminando sin ver a dónde. Con el seso comido por nuestra propia invención. Sintiéndonos atacados por otros zombies como nosotros, mientras la poca humanidad que nos queda se extingue a cuentagotas.

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