domingo, 12 de junio de 2016

Ángel

Cubrid su rostro,
me deslumbra;
ha muerto joven.

-John Webster

Cerca de las 22 horas del viernes 10 de junio, comencé a llorar sin ninguna razón. Estaba viendo una película (El diario de la Princesa 2, me declaro culpable) y sin razón rompí en llanto como si se hubiera muerto alguien. Horas antes, había leído el párrafo anterior en un libro de Anne Rice; dicho párrafo recitado por un dolido Lestat a una inquisitiva Claudia.

Nunca hubiera pensado que ese texto cruzaría por mi mente una vez más.

La mañana del sábado 11 de junio empezó sin sobresaltos para mí, con el desayuno frugal de toda la vida y música de fondo mientras leo las novedades de Facebook. Una noticia me hizo detenerme, escrita en una página de habla inglesa. Todo lo que alcancé a leer fue que Christina Grimmie, joven promesa de la música -a quien mi hermana y yo seguíamos desde sus primeros pasos- había muerto a los 22 años.

El mundo se detuvo de golpe mientras esperaba que la nota cargara en mi pantalla. Es broma, pensé al inicio, es sólo una mala broma.

Fue un accidente, pensé después, DEBIÓ ser un accidente. No andaba en malos pasos, TUVO QUE SER un accidente.



CUATRO DISPAROS.

Uno más y la similitud con John Lennon habría sido escalofriante. Cuatro disparos. Tres en la caja torásica y uno en la cabeza. Todo enfrente de los fans, y de la banda que la apoyaba esa noche. Enfrente de su hermano, que tuvo que atacar al asesino antes de que hiciera daño a otra persona más.

Me costó mucho trabajo darle la noticia a mi hermana, y en un inicio ella tampoco me creyó. Yo misma estuve en shock todo el día. Al respecto, sólo me rondaba una única pregunta:

¿Qué clase de monstruo le hace eso a una niña?

Digo, sé que no era una niña como tal. Pero a la vez, sí lo era. Una niña tierna, cálida, amable. La clase de artista que quisieras que tus hijos admiraran. Podías ver en sus ojos, incluso en fotos, esa aura infantil y dulce, el aura de alguien que nunca hubiera lastimado a nadie. Era la hermanita de alguien. El bebé de alguien. Era el faro de luz de muchas niñas lindas como ella, y de algunos adultos también.

Y aún así, fue asesinada a sangre fría.

Tengo un alud de preguntas, ninguna para Dios como se acostumbra, sino para Kevin James Loibl, el nombre del Diablo en esta trágica ocasión.

¿Qué te hizo ella? ¿Te rompió tu gélido corazón? Tenías casi treinta y ella apenas empezaba la adultez, ¿qué esperabas? ¿Te dijo alguien que lo hicieras? ¿Escuchabas voces que te lo indicaron? ¿Cuánto llevabas planeándolo? Porque es obvio que lo planeaste, hijo de perra, nadie lleva tantas armas a un evento familiar sólo porque sí. ¿Qué querías probar? ¿Acaso emulabas a alguien? ¿Esperabas volverte el nuevo David Chapman? ¿El siguiente Guardián en el Centeno?

Y además, lo hiciste de tal modo que sufriera. Que muriera lentamente. Como se desea que muera alguien como tú, Kevin. Pero no, tú reservaste la muerte rápida para tu asquerosa persona. No podía ser de otro modo, ¿cierto? No podían atraparte con vida. Porque te atraparon. Supongo que es mejor, no creo que hubieras vivido mucho tiempo con todo el odio del mundo aplastando tu nombre.

Quiero llorar y no puedo. No puedo creerlo todavía, pero irónicamente siento mucho odio. Y digo irónicamente porque ella no lo hubiera querido así. No era alguien que "odiara". Me atrevo a pensar que incluso lo perdonara. Porque ella era así: una niña talentosa, llena de amor y de fe.

Era un ángel.

Es un ángel ahora.

"A veces Dios permite que pasen cosas terribles en tu vida y no sabes porqué. Pero eso no significa de tengas que dejar de creer en Él"


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