jueves, 14 de enero de 2016

Bowie

Estoy harta de que mi blog se haya convertido en una colección de obituarios. Sin embargo, esta vez realmente me arrancaron a una musa, a la única voz que con sus matices melancólicos podía alegrar los días más lluviosos, no solo los míos, sino los de cualquier ser humano que haya tenido la gracia y sensatez de escuchar una canción suya. Fue hasta hoy que me armé de valor para escribir en su memoria, porque la neta sigo en negación.

Todos sabemos que la madrugada del 11 de enero se convirtió en el día más triste y silencioso de la Historia, no hace falta decir porqué. Varios de nosotros sentimos el mismo dolor que si hubiésemos perdido un familiar. Yo no pude con ello. Todavía hoy estuve todo el día aferrándome a esa voz poderosa, poética en sí misma, sintiendo punzadas cada vez que veía una foto suya en Face. Esperando que, como Lazarus, se levante al tercer día.

Más tarde hablaré de homenajes, porque para colmo hoy también perdimos a otro caballero muy importante en el cine (y en la vida de todo mago, bruja y muggle) Hoy quiero concentrarme en El Hombre que Vendió el Mundo, y hacerle a través de mi personaje favorito un homenaje a mi manera, que quiero pensar, le habría gustado mucho más que volverse un hashtag.

Espero que les guste también a ustedes.




Ilustración: Abigail Salier
Retorno al Laberinto


Desde que había decidido regresar, Sarah llevaba años mirando al horizonte, desde la torre más alta del Castillo de los Goblins. 

Los atardeceres amarillos en el Laberinto se habían vuelto opacos, y las criaturas mágicas del Reino iban perdiendo sus poderes y hasta su anhelo de vida, y no era para menos. Luego de la fastuosa boda, con bailes de máscaras y la canción que los unía, Jareth había sido llamado por el Sandman para una misión en una tierra para él desconocida, pero que la ahora Reina de los Goblins ubicaba perfectamente: el mundo sin magia ni fantasía de los seres humanos. Con él, poco a poco, la magia también se había ido del reino.

Hoggle, el enano, había sido llamado y nombrado Paladín de Sarah, para cuidar de ella y orientarla en sus tareas como miembro de la realeza, hasta la vuelta de Jareth. Si bien había logrado su propósito exitosamente, no podía evitar mirar a su amiga sin sentir preocupación.

-¿Crees que vuelva?-preguntó con su voz rasposa, jugando con las joyas de su traje de Paladín.

-No lo creo.  que volverá.
-Ha pasado mucho tiempo, Sarah.
-Pasó mucho tiempo antes de que yo regresara-indagó ella-¿Alguna vez te rendiste tú? ¿o él?

Hoggle suspiró pesadamente, ella tenía razón.

-No, ninguno de nosotros-rezongó-aunque Ludo se puso insoportable...

Sarah sonrió, mientras veía al peludo interpelado jugar con las piedras que invocaba en el Jardín Viviente del castillo.

Una fanfarria se hizo oír, y en un momento, Sir Didymus estaba ya en la puerta de la habitación, resoplando y medio peinándose los bigotes, muerto de cansancio.


-Milady... tiene que venir...



En hombros de Ludo, y acompañada por todos los súbditos del Reino en sus mejores galas, Sarah recorrió de vuelta el Laberinto, por primera vez en años. Nadie se atrevió a cerrarle el paso, y los que tuvieron la posibilidad abrieron puertas y pasajes hasta donde no los había. El corazón de la reina latía con fuerza, mientras el atardecer recobraba su color dorado y el aire se volvía a llenar de la chispa plata que siempre le había caracterizado. 


Llegó a un punto en que su corpulento amigo ya no pudo pasar. Sarah se dejó caer y siguió su camino hasta la Puerta del Laberinto, sujetando su amplio y rico vestido mientras corría como si no hubiera un mañana, seguida por Hoggle y Didymus, siempre a lomos del perro Ambrosius.

-¡Abran las Puertas!-gritaba el diminuto caballero-¡Abran las Puertas en nombre de la Reina!
-¡Sarah!-jadeaba el enano paladín, deshaciéndose de la pesada joyería mientras trataba de alcanzarla-Por todos los gnomos... ¡Sarah! ¡espérame!

Pero ella sólo podía escuchar el latido loco de su propio corazón, ese corazón que por fin se sentía completo. Las Puertas se abrieron justo cuando ella llegó.

Ahí estaba. El Príncipe de las Historias. Con una túnica hecha de la Noche, sus ojos negros resplandecientes y una sonrisa torcida que la puso nerviosa de momento.

-Has esperado mucho, Reina de los Goblins.

Sarah acomodó su falda, sin poder articular palabra alguna. Sandman era un ser muy intimidante, aun cuando sonreía. Por fin se animó a hablar:

-¿Le has visto? ¿Cómo está Jareth? ¿Cuando volverá?

Sandman sonrió aún más. Esta vez, con una sonrisa franca y -extrañamente- humana. En su túnica, a la altura del corazón, pasó una estrella fugaz.

-Ha hecho cosas inimaginables con el alma humana. Cosas que yo nunca pude, y que no habría podido lograr sin su ayuda. Ha creado la magia más increíble, traído esperanza a donde no la había. Pero sé que también se ha llevado la que aquí había. Además, no creo que resista un día más sin tí.

Y dicho esto, se apartó con una reverencia para dejar volver a casa al Rey de los Goblins.


Aquella noche, la alegría y el encanto volvieron al mágico reino. Jareth trajo al festejo de su regreso canciones nuevas, canciones que enseguida enseñó a sus súbditos. Se bailaron las Danzas Mágicas por primera vez en años. Hasta el Sueño, invitado a la celebración, se animó a bailar.

Al final, en la treceava hora del reloj, Jareth tendió la mano a su radiante esposa, y sonaron los tiernos acordes del vals. Se miraron a los ojos, sintiendo que por fin estaban completos.

-Te lo prometí-susurró Jareth, haciendo temblar a Sarah entre sus brazos.-Estaré contigo aunque el mundo se derrumbe.

Y mientras bailaban, la mañana se tornaba dorada.


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