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Skjaldmö, Ana Varela |
Por lo general no me rindo tan fácil, pero a veces llego a un punto en mi cruzada donde entierro la espada en la tierra y me detengo a re-evaluar mi situación.
Ya no debería darme ese lujo estando a mitad de los 20, pero de todos modos lo hago. Y es entonces cuando me doy cuenta que algo está saliendo muy mal, no en mi entorno sino conmigo. Cuando me detengo en el viaje significa que tomé la dirección equivocada y que no hay vuelta atrás. De nuevo.
No es la primera vez que me ocurre, y sé que no será la última. Dicen que siempre hay una razón para que las cosas sucedan; y en este caso la única razón es que soy idiota. De alguna manera llego a tomar decisiones que a la larga lo arruinan todo, y aunque sé que no soy la única persona que lo hace, tampoco creo que haya muchas personas que repitan el mismo patrón una y otra vez.
El punto es que se convierte en una costumbre muy molesta y hasta inconsciente, hasta el punto en que nadie te cree que es una conducta inconsciente. Una vez que el daño llega a su punto álgido, lo único que logras hacer es recapitular y recapitular y recapitular hasta que te acuerdas de eso que decidiste en un impulso de idiotez.
Y entonces te das de topes violentamente contra la pared porque en serio te odias tanto que te quieres hacer daño para que nadie más lo haga por tí. O para no desquitarte con nadie porque sabes que lo vas a lamentar y vas a lastimar mucho a esa persona. A menos que la odies y/o tenga parte de la culpa, aunque de todos modos sientas la amenaza del karma pendiendo sobre tu cabeza cual espada de Damocles.
¿Regresar? Imposible. ¿Pedir disculpas? Espero que sea una broma. ¿Pedir ayuda? Tal vez... si el ego y el orgullo lo permiten... y no te llevaste a nadie entre las patas...
Claro que no todo es causa perdida. Las amistades que consigues, las cosas que aprendes, los madrazos que te das en el camino... hasta los enemigos son información valiosa.
Sin embargo, de verdad desearía dejar de detenerme si no es en mi destino. Y en el destino al que deseo llegar, no al Castillo Oscuro donde me llevaron mis malas elecciones y donde inevitablemente me enfrentaré cara a cara con la Bestia en la que se conjuntaron y convirtieron todos mis errores.
Es cierto que tengo mi espada, forjada en el aprendizaje que he tenido. Y también tengo aliados que me ayuden, amigos que he hecho y familia que aún no me ha decepcionado ni pasado a mejor vida. Pero he visto las huellas del monstruo en el camino de mi vida, y tengo razones para temer que en la batalla habrá bajas que voy a lamentar.