martes, 29 de abril de 2025

Grettel

 -¿Estás herido, terroncito?

Sosteniendo una linterna de las antiguas de aceite y envuelta en un chal de color rosa, la mujer que se había asomado al hueco fangoso donde los grandes lo habían tirado después de acorralarlo hasta el bosque en las bicicletas y golpearlo le extendía una mano con sortijas relumbrantes en cada dedo, que el niño tomó desesperado, hipando las últimas trazas de un llanto humillado y asustado.

Lo que pintaba para ser el Halloween más horrible de su corta vida parecía haber llegado a su fin con esas tres palabras. Desde que se mudaron ahí, los grandes -tres buscapleitos de los grados superiores en la escuela- la habían tomado contra él, por venir de fuera, por su acento, por su ropa… por no tener mamá. Y para colmo papá murió una semana atrás, dejándolo con una madrastra con la que no se terminaba de llevar – no era mala con él, pero aún estaba demasiado deprimida para prestarle atención; de otro modo los grandes no se le hubieran acercado, ni robado su mochila con sus cosas y los pocos dulces que acababa de juntar. Temblaba de frío, y tanto su disfraz de fantasma como la ropa de debajo habían acabado hechos una desgracia de lodo y cosas pegadas. Sabía que era el bosque circundante a la ciudad, pero las únicas luces venían de la luna llena entre las ramas y de la linterna de la mujer, que ahora lo cubría con su chal -podía jurar que el suave tejido olía a caramelo- y se lo llevaba de ahí cuanto antes, con palabras tiernas para calmarlo.

No tardaron mucho en llegar a una cabaña pequeña, iluminada por la luna de tal forma que parecía espolvoreada de azúcar, con las ventanas irradiando una cálida luz ámbar. Desde afuera parecía que había muchas luces encendidas, pero una vez dentro pudo ver que sólo había una chimenea encendida al fondo de una única habitación, sobre la cual hervía una olla muy grande y tapada que despedía un olor desagradable.

-Ignora eso, terroncito, es solo un guiso quemado – la mujer lo sentó en la cama y le sirvió una taza de humeante chocolate y bizcochos de calabaza, para correr de vuelta a la olla y removerla un rato. – ¿Pero qué hacías tú solo en el bosque? ¿Y tus amigos?

La última pregunta se sintió como un pinchazo en el corazón, y el niño trató de ahogarlo con un trago al chocolate, pero el líquido pareció terminar de derretir las palabras congeladas en la garganta que los adultos a su alrededor estaban muy ocupados para oír, y sin poder detenerse le contó todo desde esa noche hacia atrás. La mujer lo escuchaba sin dejar de hacer cosas a su alrededor, como volver a llenarle la taza, sacar una pijama seca de un cajón y quitarle los zapatos y el disfraz de fantasma hecho jirones para dejarlo secar en el respaldo de una silla junto al fuego. En otras circunstancias hubiera protestado y dicho que ya no era un bebé, pero por dios que se sentía tan bien importarle a alguien después de tanto…

Sólo lo interrumpió un golpeteo metálico bajo sus pies, al que la mujer contestó con furiosos zapateos.

-Se metieron unas ratas al sótano -le explicó sonriendo, mientras al fin tomaba asiento a su lado y lo acomodaba en la cama. -Hacen ruido en la alacena, pero ya les llegará la hora. Y dime, ¿porqué estabas en ese hoyo?

El niño no respondió enseguida, apretaba en sus manos la suave sábana de franela para darse valor:

-Los grandes... dicen que hay una bruja en el bosque… -la respiración se le aceleraba de sólo pensarlo, sintiéndose acorralado una vez más por el solo recuerdo- dijeron que querían verla y me echaron como carnada. Para que me coma.

- ¿Aún dicen esas cosas? - la carcajada de la mujer llenó la habitación y la nostalgia llenó sus ojos. -Recuerdo que decían lo mismo cuando yo era niña …

- ¿Y sí? -la mujer acarició su cabeza con cariño, arañando levemente el cuero cabelludo con las uñas.

-Ya no. Un par de ladrones la quemaron hace muchos años, con todo y su casa, y se llevaron sus tesoros. – La mirada de su anfitriona se perdió mirando por la ventana hacia la pálida luna de octubre. – Sabes, uno nunca debe meterse con las brujas. Si les robas te cae una maldición, y si matas a una estarás condenado a tomar su lugar en las legiones de las sombras…

El niño tragó en seco, sintiendo el estómago repentinamente hueco pese a haber acabado con los bizcochos de calabaza. No sabía si era por el relato o por la forma en que la sonrisa de la mujer se disolvió en una respiración pesada y los ojos, abiertos de par en par, le brillaron con una chispa de inconfundible odio…

-Pero también hay brujas buenas, ¿verdad? Eso dice mi madrastra…

-Lo intentan. Te juro que lo intentan -cuando le volvió a sonreír, la expresión nuevamente suave de pronto le pareció una máscara. Le acomodó la almohada y lo arropó con el chal rosa sobre la colcha. El aroma a caramelo lo reconfortó tanto que los párpados le pesaron enseguida – Descansa, terroncito. Alguien vendrá por ti en la mañana.

 

Pero en la mañana lo despertó el rocío.

No estaba en el hueco, pero tampoco en la cabaña. Despertó hecho un ovillo entre las raíces de un árbol, con el disfraz de fantasma aún puesto y a sus pies, su mochila y la bolsa con dulces. El sol apenas comenzaba a salir, abriéndose paso en la bruma.

¿Cómo llegó ahí? ¿Lo había soñado todo? Quizás huyendo de los grandes se había tropezado y golpeado la cabeza. O se había cansado y desmayado ahí…

El timbre aterrorizado en la voz de su madrastra hizo eco en todo el bosque; sólo entonces fue consciente de las voces a lo lejos, clamando su nombre y los de los grandes. Muy pronto la pudo ver, linterna en mano, con la misma ropa del día anterior, el pelo revuelto, las botas sucias de fango y la desesperación en la mirada ojerosa e hinchada, que se esfumó en cuanto hicieron contacto visual.

- ¡Hansel! -su madrastra se arrodilló a su lado, hecha un mar de llanto y abrazándolo con tanta fuerza que creyó que le rompería un hueso. -perdóname… debí venir contigo, perdóname…

Se dejó abrazar, y se permitió abrazarla, sintiendo el alivio relajar sus músculos y sus dedos cardar su cabello. El niño cerró los ojos, y dejó las lágrimas correr también, sintiéndose a salvo al fin.

Pero la paz que habían empezado a sentir se disolvió en el grito agudo que llenó el bosque, y que convocó a la horda de vecinos y policías que habían acudido a buscarlo. Ambos se quedaron quietos por un rato, hasta que sin soltar el abrazo su madrastra se echó las bolsas al hombro y lo cargó para acercarse con cautela a la fuente de los gritos, a un desnivel algo alejado de donde estaban. Ahí, renegrido de ceniza y semi destruido, había un casco de chimenea, y un hueco con suelo de madera que tal vez fue un sótano en mejores tiempos.

- ¡Aléjense! - gritaban los oficiales, uno de ellos, rodeando el lugar con cinta amarilla. Los perros aullaban a la par de las vecinas horrorizadas. El niño trató de ver, pero su madrastra le tapó los ojos, haciendo que volteara hacia atrás.

Ahí, con su dulce sonrisa, sus dedos y el chal rosa batidos de rojo, estaba la mujer de la cabaña.

No dijo nada. Sólo le guiñó un ojo y con un dedo sobre sus labios pidió silencio, antes de darle la espalda y recoger del césped las tres cabezas cercenadas de los grandes. 

La siguió con la mirada hasta que se perdió en la niebla, dejando un rastro rojo como el jarabe de cereza tras de sí. 

miércoles, 15 de enero de 2025

¡Noticias!

¿Debí escribir esta entrada mucho antes? Probablemente sí.

2024 resultó ser un año de extremos para mí. Canté victoria muy pronto y a mediados de año me rompieron el corazón -y ésta vez me lo gané. Entré a un trabajo en el que a veces tengo tiempo para escribir y a veces no sé ni cómo me llamo. Estuve deprimida por meses. Fui a un concierto en diciembre por primera vez en seis años. 

Y en medio de todos estos eventos, finalmente conseguí la publicación de mi libro.


La euforia y la ansiedad se me combinan en el cerebro. Me abruma pensar en todas las nuevas responsabilidades que llegan con este tan anhelado sueño, y me entristece que la persona con la que más quería compartirlo ya no esté conmigo. Pero también me emociona pensar en que después de tanto sufrimiento -computadoras virulentas, lectores beta hijos de puta, bloqueos de escritor, una pandemia y la imposibilidad de conseguir editor EN MI PROPIO PAÍS- un sello editorial me tendió la mano para cumplir el sueño de mi vida. Lo que implica tener un perfil oficial en su página, en el que escriba de vez en cuando.  Lo voy a intentar, pero no se me ocurre nada que pegue con la seriedad que se espera de un escritor profesional. 

Cuando llego aquí, a mi blog, a mi casita, las palabras fluyen como siempre, así que este blogsito viejito (que en febrero cumple 10 años -¿¿pero en qué momento??) seguirá en pie. Si lo pudieron notar, ahora hay dos autores en el perfil: mi yo de siempre (Damisela) y la nueva yo profesional que escribe estas líneas. En este segundo perfil pueden escribirme sin problemas.

Mi libro se llama Jack, justo como el cuento que está publicado aquí. Ese cuento se convirtió en una semilla que creció y ramificó en una historia mucho más extensa, regada con música punk y podada con muuucha paciencia e insistencia. He hecho incluso la portada, que no es por nada pero me ha quedado brutal. Mi único coraje es que mi ídolo Carlos Ruiz Zafón partiera de este mundo a la semana de ponerle el punto final, así que mi sueño de conocerlo y echar tertulia de nuestras respectivas obras será para otra vida, pero si ustedes quieren leerlo y platicar, estaré más que complacida. 

Por último, y sé que esto no es algo muy común, dejo aquí los enlaces para que lo consigan, y mis perfiles de Instagram y GoodReads para que platiquemos más a gusto. Seguiré publicando por aquí de vez en cuando. Gracias a ustedes por el apoyo y el cariño :)

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