lunes, 19 de agosto de 2024

Dark Romance


-... lo siento... lo siento... lo siento...

El susurro se repetía una y otra vez, junto con un extraño sonido terroso. Al principio pensó que soñaba, pero conforme los ruidos se acercaban a él fue consciente de dos cosas: la primera, que él no había soñado ni estando vivo, y la segunda, que el susurro venía de afuera. Y de arriba. 

-... lo siento... lo siento...

Una voz de mujer, quebrada de llanto y desesperada, pero fuera de ese único y lastimero mantra y del cada vez más claro sonido de una pala moviendo tierra, no parecía que hubiera alguien más. Aparte de él, por supuesto, y a saber cuánto tiempo llevaba ahí. 

Un golpe metálico hizo vibrar la tapa de su cajón, seguido de piedritas cayendo sobre la madera podrída y la voz alejándose, indicando que ella había salido del hueco cavado; con eso decidió que era el momento perfecto para salir, saludar y tal vez hasta cenar. La tapa era tan vieja que se partió en pedazos en cuanto la empujó para salir, dándole más o menos una idea de cuánto tiempo llevaba metido ahí. Nada mal para un sueño reparador, además de que probablemente quienes lo habían metido ahí en primer lugar ya estaban muertos y no volverían a molestarlo. Se estiró, se puso de pie y se sacudió la ropa, que por desgracia no resistió tan bien como él las condiciones bajo tierra. 

Eso lo molestó bastante, primero muerto que presentarse ante una dama con esas fa... bueno ya qué.

El cielo nocturno le sonrió en constelaciones, y el ulular del viento le dio la bienvenida al decadente cementerio familiar, en una alta colina. Desde ahí vio a lo lejos el paisaje de la ciudad, por supuesto muy diferente y mucho más brillante de lo que recordaba, pero seguía ahí, fiel como Caronte al Estigia. Salió de la tumba impulsándose de un tirón y siguió inspeccionando con la mirada el lugar, iluminado sólo por la gentileza de la luna, pero antes de encontrar lo que buscaba, un grito de horror y el tumulto de una caída lo hicieron voltear con tal violencia que su cuello dio un crujido para finalmente encontrarla. ¡Vaya si los tiempos eran otros! Llevaba pantalones de una tela gruesa que jamás había visto, y unos zapatos de interesante estructura que supuso originalmente blancos, pero que ahora estaban cubiertos de tierra como ella. Era flaca como un dedo, había caído de sentón sobre el pasto, el largo pelo le cubría parcialmente la cara y aparte del tremor que la recorría visiblemente, no parecía que se fuera a mover de su lugar. La pala, que ella buscaba con la mirada, estaba a los pies de él. 

-Buenas noches- saludó con cortesía y una inclinación, aunque sintiendo la garganta pastosa por falta de uso.-Un poco tarde para hacer jardinería, ¿no lo cree?

Ella no contestó, y él no esperaba respuesta. En todo caso, no sabría como sostener la conversación sin que se volviera incómodo, pero igual le dedicó una sonrisa leve, si la asustaba más la sangre se amargaría, y la de ella tenía un aroma demasiado dulce y apetitoso para echarlo a perder de esa forma.

Al menos hasta que le llegó el otro olor a sangre, y la sonrisa se le borró por completo. Un olor fermentado y asqueroso, medio diluido en alcohol pero no lo suficiente para pasar desapercibido, que venía de un bulto envuelto en una sábana detrás de ella. Los detalles de la escena se le revelaron como las estrellas al disiparse las nubes: el camino de pasto aplastado por el que lo arrastró, el ojo morado que el cabello no cubría, el labio hinchado y partido,  las mejillas sucias de llanto sin limpiar, la sangre en su ropa. Si ella ya estaba aterrada, era el turno de él de palidecer de horror. 

-...perdón, señorita-dijo por fin.-Debí darme cuenta que necesita ayuda.

En cuanto él dio un paso hacia ella, su primer instinto fue hacerse un ovillo y cubrirse con los brazos de un golpe que jamás llegó. Por el contrario, escuchó la hierba crujir bajo sus pasos y los ruidos sordos de una carga siendo levantada. Se asomó para verlo echarse el bulto al hombro como si fuera un saco de harina y llevarlo al hueco de la tumba recién cavada para tirarlo ahí sin ceremonia alguna. Ella se arrastró hacia la pala, y usándola para impulsarse se puso de pie.

-Lástima, era un lecho muy cómodo- suspiró con más drama que pena, quitándose el chaleco manchado de sesos escurridos y limpiándose el resto de la ropa antes de tirarlo dentro también. -Espero que haya estado disculpándose conmigo y no con esa... rata en formol, que claramente se merecía lo que le pasó.

-... t-tú... ¿m-me... me es... c-cuchaste?

Si era posible, la voz de ella sonó aún más baja, tanto que por poco no la oyó. Sostenía la pala con tanta fuerza que sus dedos quemados de cigarrillo se le habían puesto blancos, pese a que seguía temblando parecía lista para asestarle un golpe en cuanto se le acercara. 

-Fue lo que me despertó, a partir de cierta edad uno se hace más sensible a todo -explicó estirando una mano hacia ella, quien retrocedió por reflejo con un chillido y en lugar de golpearlo adoptó una postura defensiva- ¿me permite la pala, señorita?

Sus ojos se posaron en aquella mano pálida, con uñas tan largas y afiladas como las garras de un halcón. No se movió de su lugar, pero relajó de a poco su agarre sobre la pala hasta que él la tomó con suavidad y se alejó para empezar a rellenar la tumba. El frío de la madrugada le traspasó el suéter, se abrazó en busca de calor y se sentó sobre la lápida más cercana, vigilándolo atentamente. Era flaco y escuálido, lo que no se correspondía con su fuerza, su ropa estaba hecha jirones y su pelo largo, sucio y enmarañado junto con sus afiladas uñas le daban un aspecto bestial, junto con sus ojos hundidos y refulgentes. Olía a tierra mojada y madera mohosa, pero ¿quién era ella para juzgar?

-...¿p-porqué me ayudas?-de a poco su voz recobraba volumen, aunque sin perder la nota de miedo y precaución.-¿n-no-no vas... a matar...me?

-Lo haría, me muero de hambre- se detuvo un momento para mirarla a los ojos y dedicarle una sonrisa franca y tan amable como se lo permitieron los colmillos- pero no soy un salvaje. Jamás lastimaría a una dama que necesitara mi ayuda tanto como usted esta noche. Y temo que en este punto su sangre ya está muy amarga para mi gusto.

Al terminar, se guardó algunos puñados de tierra en cada bolsillo que le quedaba entero. Sacudiéndose las manos volvíó a buscar con la mirada en la lejanía, pero al dar al fin con lo que buscaba, el corazón se le hundió tanto como los ojos. Siguiendo su mirada repentinamente apagada, ella vio por fin el casco de ruinas de lo que alguna vez fue una gran mansión. La hiedra, el tiempo y tal vez los saqueos la habían reducido a unas cuantas paredes sin techo. De alguna manera, ver el desamparo en su rostro le permitió por fin sentir algo más que aprensión:

-...debió ser... una casa hermosa- susurró suavemente.

-Sabía que pasaría, solo... no sabía que fuera a doler tanto -suspiró hondo para contener la tristeza y dedicarle otra sonrisa. - Esperaba invitarla a pasar, pero verá que ya no es posible. Si me disculpa, temo que aquí es donde nos separamos.

Se despidió con una reverencia y se dio media vuelta, pero antes de dar un paso sintió un leve, casi imperceptible tirón en la manga. El olor amargo de su sangre poco a poco se disipaba.

-...sabes... mi pareja no llegará a casa hoy... pero tal vez sus amigos... se mueran por conocerte y... 

El volteó a verla, enarcando una ceja entre la diversión y la sorpresa.

-Señorita... ¿acaso acaba usted de invitarme a cenar?

-Es-es posible... -farfulló, un furioso sonrojo cubriendo su rostro- ...los tiempos cambian, ¿sabes? 

Él soltó una carcajada que resonó en la oscuridad, antes de ofrecerle su brazo y marcharse del panteón tranquilamente. 

Y hay quien dice que la caballerosidad ha muerto.


Grettel

  - ¿Estás herido, terroncito? Sosteniendo una linterna de las antiguas de aceite y envuelta en un chal de color rosa, la mujer que se hab...