Se dice que en luna llena nadie debe de salir. Se deben cerrar puertas y ventanas. Apagar las luces y entregarse a la oración y al sueño. Ignorar los gritos que provienen del corazón del bosque. Y por la mañana, el primer idiota que salga será el que recoja los cadáveres.
Contrario a lo que se pueda pensar, la gente del pueblo está en paz con La Criatura. Casi siempre lo que queda en la mañana son restos de gente mala que merecía morir. Y uno que otro extranjero incauto o curioso idiota. Por lo demás, nadie suele objetar al respecto de encontrar las calles embarradas de sangre trazando caminos de ida y vuelta al bosque o que las pertenencias de las víctimas terminen en las puertas de aquellos que de otro modo no tendrían para comer.
La Criatura es cuidadosa, eso o no actúa sola. Nunca deja más rastros que las sobras de su merienda mensual, ni siquiera huellas sanguinolentas que den una pista de lo que es; aunque una vez se arrancó un montón de pelos en la reja del cementerio local, la noche en que se comió al sepulturero -además de un camino de sangre hacia la sepultura de una niña aún viva. Una mata de pelos ralos y tiesos de un color incierto, que no coincidieron ni con los de los habitantes ni con sus animales, y a las afueras del pueblo nadie se aventuró a investigar.
Nadie salvo El Profesor, claro. Pero de su investigación tampoco pudo sacar siquiera conjeturas.
¿Profesor en qué? Profesor en todo, hasta donde todos saben. Dirige la única escuela del pueblo -maestro rígido, mas nunca cruel- por la que pasan todos los niños hasta la mayoría de edad, o hasta que sus padres, ofendidos de que sus hijos sepan más que ellos, los sacan y los ponen a trabajar hasta que "recuerden su lugar en el mundo". O hasta la siguiente luna llena.
El Profesor y su mujer viven en una casita pequeña, llena de libros, en la linde del bosque. Llegaron al pueblo siendo muy jóvenes y no se han ido desde entonces. La Esposa viste un abrigo rojo todo el tiempo, se dedica a fabricar medicinas y vende amuletos de mandrágora y acónito con pequeñas cruces de plata. Todo el pueblo cree en ellos y los renueva en cuanto se secan -los amuletos secos se conservan y se queman en una gran hoguera en la plaza la noche antes de la luna llena.
Se dice que, colocados en la puerta ahuyentan a La Criatura. A veces. De repente los amuletos se caen -o alguien los quita- y La Criatura entra a servirse el crudo festín de carne de pecador.
El Profesor y su Esposa han vivido en el pueblo más que todos los curas. Si algo sorprende al pueblo es este pequeño detalle, y que aún así la iglesia siga en pie. Todos los sacerdotes enviados ahí terminan acusando a la pareja, tarde o temprano, de brujería, herejía y pactos con el demonio. Y luego desaparecen, o se van y no vuelven. Es cierto que muchas de las lecciones del Profesor contradicen ampliamente a las Sagradas Escrituras; quizás algunos han creído ver a La Esposa danzar desnuda en el aire durante la noche de San Juan; podría ser que incluso tengan trato con La Criatura -llegó al pueblo casi al mismo tiempo que ellos.
Pero de eso a ser malas personas, jamás. Es más, si a la gente del pueblo se le diera a elegir entre condenar su alma al infierno y vivir de nuevo sin saber leer ni escribir, o tener que resistir fiebres mortales sin poder hacer nada al respecto, la decisión está tomada. Y sin los amuletos de La Esposa ni las recomendaciones del Profesor, las muertes provocadas por La Criatura serían peores.
Una vez al año, eso sí, la pareja se marcha para visitar a sus familiares en tierras lejanas. Lo curioso es que van por separado. El Profesor a veces habla vagamente de sus parientes, numerosos y de carácter muy temperamental, y La Esposa a veces habla de una abuela a la que prefiere no contrariar -al parecer su matrimonio no le hizo gracia. En esos días, aunque haya luna llena, La Criatura también se va.
Esos días en el pueblo son los peores, porque los humanos andan sueltos.