domingo, 3 de marzo de 2019

El peor enemigo

A falta de inspiración, el final de Meridienne se quedará pausado unos días más (lo sé, frustra y sobre todo a mí) pero en compensación y esperando que nadie me asesine, comparto esta reflexión.


El término feminazi sí existe, nos guste o no admitirlo. Y tiene una definición clara, pero no es la que te ha hecho creer: son aquellas mujeres que atacan a otras mujeres. Ya sea por mantener vigente el concepto frienemy -que ya hay como 50 millones de medios tratando el tema-  o aún peor, por no compartir sus ideales al pie de la letra.

A los 14 años conocí a las que se volvieron mis mejores amigas, de las cuales ya sólo me quedan dos. Nuestra amistad se forjó en un grupo cristiano (aunque, cosa curiosa, ninguna lo es) que se juntaba los sábados; ninguna iba en mi escuela, simplemente mis compañeras me odiaban y yo a ellas -frienemies entre ellas, yo para qué iba a querer algo así.

De mis amigas, una era dos años menor que yo y probablemente la persona más liberal que he conocido: sabía manejarse con las personas con una naturalidad que a la fecha envidio, era abierta, siempre dispuesta a una aventura sin importar las consecuencias. Pese a que ambas veníamos de hogares estables y bastante estrictos, ella no le tenía a los hombres ni a las convenciones sociales el temor que yo les tuve por años.

De hecho, el final de los doce años de amistad entre ella y yo, se debió a algo relacionado a ello.
Mi madre me demostró que sin importar a lo que decidiera dedicarme, podía tener una carrera prolífica y una familia. Por ende, mis sueños siempre se enfilaron al romance y tener por lo menos un descendiente, sin importar lo que yo decidiera hacer para vivir. Y un día, platicando con mi amiga, le mostré mientras hablaba de mi gran sueño una fotografía de un bebé que me pareció adorable, con pijama de borreguito y una sonrisota de esas que derriten al corazón menos maternal... o eso creí.

Lo que nunca me esperé fue que mi gran amiga desde los 14 me hiciera menos por ese mismo deseo a los 26. A sus ojos, yo me volví -y cito textualmente- una inconsciente que iba a contribuir con la sobrepoblación mundial, y que ella no quería hijos ni matrimonios que arruinaran su vida como yo seguramente lo haría. Que sería una más del montón.

Aquello me hirió lo suficiente para disminuir la comunicación. SÓLO disminuirla. Después de todo, nuestra longeva amistad podía soportar un comentario hiriente mientras fuera el único, ¿no?
Pues no, pero el siguiente comentario hiriente no sólo fue el último, sino que fue tan absurdo y avanzó de una manera tan ridícula que ni siquiera merece mención. Aunque iba por las mismas líneas, y bastó para borrarla de mis redes y mi porvenir. Aún se habla con las amigas que me quedan y lo respeto, pero por mi parte la amistad existió y terminó.

Recordarlo hoy, a una semana del 8 de marzo, me hace preguntarme: ¿en qué momento nuestra lucha nos pone la una contra la otra? ¿desde cuándo una mujer es menos que otra por no compartir las mismas aspiraciones?

¿No era exactamente eso lo que tanto odiábamos de nuestras predecesoras?

"¿Te crees mejor que yo?"


Pasamos de rebelarnos a esas madres y abuelas que criaron hombres egoístas y mujeres asustadas del mundo, y hasta de sus propios cuerpos (el sexo es malo, todos te van a señalar, la menstruación es el castigo de Eva... ) a recibir insultos y opiniones crueles de parte de otras que se supone luchan a nuestro lado.

Pasamos de envidiar a la otra a sentirnos más o mejores que ella, de avergonzarla por no seguir un canon viejo (así de gorda nunca conseguirás un hombre, te vas a casar y no sabes ni freír un huevo) a avergonzarla por no seguir un canon nuevo (no sé para qué quieres un hombre, pareces esposita sumisa de las viejas)

De repente anhelar romance o una familia es arruinar tu vida -aunque tengas ya una carrera y la ejerzas, o una pareja que te apoye para seguir tus sueños.

De repente eres una hija fiel del patriarcado porque cuidas tu estética por puro gusto (recordando la ira desatada por la Mujer Maravilla depilada) o porque te sientes incómoda de amamantar en público.

En el peor de los casos, de repente las mujeres de tu entorno dudan de tu palabra y te culpan a ti y a "tus conductas/ropa/hábitos/descuidos" por lo que te pueda pasar, en este campo de batalla que llamamos mundo.


De pronto un día, te das cuenta que el peor enemigo de una mujer es otra, y que por alguna razón eso sigue sin cambiar. Lo único que cambia son las razones para atacarnos entre nosotras, en lugar de respetarnos y seguir adelante por nuestros derechos y los de nuestras hermanas de lucha. ¿Pero porqué? ¿Qué ganamos haciéndonos esto, saboteándonos las unas a las otras?

¿Dónde comienza realmente este círculo vicioso, y en dónde acabará?

¿Podremos cerrarlo antes de que acabe con nosotras?

Grettel

  - ¿Estás herido, terroncito? Sosteniendo una linterna de las antiguas de aceite y envuelta en un chal de color rosa, la mujer que se hab...