Meridienne tiene un padre. Y Dios sabe cuánto quisiera que no fuera así
La idea detrás de mi pequeña sirena, y de muchos de los textos en este blog, surgió de la misma razón por la que no he podido terminar la bilogía desde hace cuatro años. Ustedes saben que soy una romántica insufrible que caza finales felices, y siempre lo seré, pero a veces en la persecución del romance insistimos tanto en correr con una venda en los ojos que cuando al fin nos la arrancan de los ojos vemos que apenas nos queda carne en los huesos, y quien corría a nuestro lado resultó ser el depredador mordisqueando todo de nosotros.
No digo que el amor no exista, por dios, esa es la mentira más terrible y debilitante que uno pueda creer. Y menos ahora que por fin estoy en una relación estable y maravillosa, desde hace dos años y medio. Pero es ahora que he probado lo que es un amor bueno que descubro y puedo poner en palabras todo el abuso que sufrí por ocho años.
Al "padre" de mi niña marina lo conocí en la carrera. Primero fue mi amigo, en ese entonces yo salía con otra persona (Límites) y él también, así que no hubo sentimientos hasta un año después de conocernos.
Míos, por supuesto. Si los suyos eran reales ya no importa.
Me confesé un 11 de octubre, después de que comenzamos a hablar y conocernos. Los meses de conversaciones previas a ese día fueron algo que para bien o para mal recuerdo casi al detalle, porque fue la primera vez en mucho tiempo que alguien me hacía sentir escuchada e importante fuera de mi círculo íntimo. Concretamente alguien del sexo opuesto, pues para entonces mi pareja ya no sentía la necesidad de fingir interés en algo que no fuera su siguiente dosis (lo terminé antes dé). Sin entrar en detalles me dijo algo peor que un no: un sí, pero.
Sí, yo también te quiero, pero me voy del país en unos meses y solo podría darte algo casual.
Y yo acepté.
Aclaremos una cosa; que tú aceptes un tipo de relación (formal, casual, etc) NO IMPLICA NUNCA ACEPTAR MALTRATO. De ninguna forma. Ni golpes, ni gritos, ni groserías, ni manipulación ni plantones, ni siquiera encuentros sexuales de aceptación dudosa (si no dices que no, no por eso estás diciendo sí) Y otra cosa: los "amigos con derechos" NO EXISTEN. O son o no son, punto.
Yo acepté un mientras nos dure, porque de verdad estaba profundamente enamorada de la persona que conocí en la carrera. Del hombre alto, guapo y sonriente que me escuchaba, me apoyaba en momentos difíciles y dibujaba cadáveres exquisitos conmigo (y sí, la verdad sí me duele haber perdido ese dibujo). Porque pensé que tarde o temprano me ganaría su corazón sin condición. Porque estaba dispuesta a ir con él a la otra punta del universo. Porque creía firmemente en la cábala de los 9 años que llevó a mi padre y a mi abuelo a conocer a los amores de sus vidas (sólo mi papá sigue casado por cierto). La Skjadmö por fin tenía un amor por el cual pelear a muerte y vencer.
Nunca se me ocurrió que peleaba en nombre de mi peor enemigo.
Para él, ese mientras nos dure significó que podía hacer conmigo lo que quisiera. Y en ese entonces no se sabía tanto como ahora de los diferentes tipos de violencia que existen, así que dábamos por hecho muchas cosas. Por ejemplo, sólo creíamos que la violencia son insultos y golpes. Así que yo no sabía que lo que él hacía era violencia.
A partir de esa confesión, toda la "relación" fue por mensaje, aunque no se fue del país hasta seis años después en los que no dejó de recordarme que lo haría. El poco contacto que tuvimos era sexual, o vernos en puntos neutros por minutos porque él necesitaba un favor, o dinero. Y los encuentros sexuales eran donde, cuando y cuanto él quisiera (que igual podían ser minutos), y si no, yo debía compensarlo a él con fantasías escritas y otras cosas. Primero lo pedía, luego lo empezó a exigir.
Y yo tenía tanto miedo de perder al hombre del que yo me enamoré, y estaba tan segura que volvería, que accedí.
Mientras tanto, el volvía y cortaba con su ex. Y salía formalmente con otras. Y como todos los fotógrafos, se revolcaba con muchas otras. Y me lo restregaba en la cara, porque éramos algo casual.
Yo lo amaba, pero la sola mención de mis sentimientos era pisar una mina, porque eso le confería una responsabilidad como ser humano que no estaba dispuesto a tomar. Así que de a poco dejé de decírselo y empecé a escribirlo aquí, y armar listas con canciones que le enviaba o que hubiera querído que me dedicara. Creativamente dio frutos interesantes y recompensas. La Epístola llegó lejos, incluso ganó un premio a nivel local. Obviamente nunca la leyó. Pronto ese amor se convirtió en una sirena blanca que amo como a una hija de carne y hueso, pero a la que aún no puedo dar un cierre a su historia por más que lo intento.
Mientras, mis amigos y familiares (a quienes nunca quiso conocer o con los que se llevaba fatal) trataban de hacerme entrar en razón, pero yo solo me alejaba más. Mi mente se hundía en la ansiedad y el pánico por otras razones, pero el no poder contar con él lo hacía aún peor. No porque no se lo dijera, sino porque al hacerlo el siempre tenía un problema "peor" para comparar y entonces por mal que estuviera sentía que era yo quien debía estar para él. Comenzó a provocar peleas de la nada y dejarme hecha un mar de llanto por meses. MESES. Y era como si oliera que ya estaba por hartarme y dejarlo, porque siempre volvía en el momento justo, y nunca con una disculpa, sino con un "¿ya acabaste tu berrinche?".
Y de nuevo comenzaba ese ciclo enfermo de mensajes tiernos, luego subidos de tono, luego exigentes y en el momento menos esperado, crueles. En algún punto escribí en un lugar que me había enamorado del diablo y le había vendido mi alma por su amor, pero como dijo Bram Stoker, Dios no compra almas y el diablo es un negociante tramposo. Recibía balas por él sólo para que me apuñalara en cuanto volteaba para saber si estaba bien.
Fueron años de dar todo y vivir de migajas. Literalmente. No importaba cuan desgraciado hubiera sido, si en algún punto me decía algo lindo o nos veíamos lo suficiente para que me diera una muestra de cariño mínima y no relacionada con coger, eso me bastaba para sentir el corazón lleno por semanas, o hasta que decidiera estar enojado por nada y volverme a tirar en el suelo.
Las peleas y exigencias por mensaje derivaron en pesadillas. Me mandaba al diablo por mensaje, me contestaba otra mujer, me llamaban para decirme que le había pasado algo por mi culpa. A raíz de eso, tengo muchas dificultades para contestar mensajes. Le tenía tanto miedo a lo impredecible que era que ya no quería que me viera conectada, así que no le contestaba a nadie hasta no estar segura de que él estaría ocupado y no me respondería de inmediato -o me presionaría para contestar.
Tuve que suplicarle que se despidiera de mí cuando por fin se largó. Fue la última vez que me abrazó, y el único beso que no tuve que robarle. En retrospectiva, fue la única vez que me sentí genuinamente amada por él. Esa y una navidad. De nuevo, poco más de unos minutos.
Y eso fue el principio del fin. Con la diferencia de horarios ya no me encontraba, así que lo que tuviera que decir lo podía contestar cuando yo quisiera. Volvieron las conversaciones tiernas, pero también estas dejaron de ofrecer el alimento que mi alma tanto necesitaba, y deje de depender de ellas. Un día le conté que soñé que nos visitábamos el uno al otro, pero nos cruzábamos en el camino, porque me pareció un sueño tierno y aún ahorraba para ir con él.
¿Su respuesta? Yo no pienso volver a menos que sea importante.
Y nunca más le contesté otra palabra. Eso fue un año antes de los 9 años.
Volví a arreglarme, a salir. Conocí a un hombre que en el corto mes que nos vimos me trató con todo el cariño y respeto que no tuve en ocho años. Y nos soltamos pronto y con tranquilidad, porque ambos sabíamos que éramos un bonito momento en la vida del otro.
Y luego entré a un trabajo que odiaba, donde un hombre alto, guapo y sonriente que no es asiduo a la lectura se compró un libro sólo porque yo lo estaba leyendo para que tuviéramos de qué conversar, y con el que con mucho esfuerzo y cariño cumpliremos tres años en septiembre.
Esto surgió de conversar con una amiga, por preguntarle a ella como estuvo su día. Sólo ahora pude poner en palabras todo lo que al parecer aún arrastraba. O arrastro. Sanar heridas de abuso es un trabajo constante, tanto que algunos arrastran ese dolor varias vidas después. Sí discuto con mi familia, pero ya no me siento en combate como antes. No sé si estoy bien, pero sí sé que estoy mejor.
Y eso está bien.